Capítulo 71

48 16 3
                                    

Había enloquecido y deprimido al mismo tiempo, no lo podía creer, porque todo sucedió con extrema rapidez. Janett, había parado en otra parte y no sabía dónde, era mi culpa por hacer un buen gesto con ella y dejar que se fuera. Era la primera vez en tres años que teníamos una desavenencia tan cruda, ruin, de no decidirnos a zarpar juntos o quedarnos. Terminamos separados como dos divorciados que ni siquiera se habían casado, y sentí la señal de hacerlo como nunca. No quería un distanciamiento más, suficiente tenía con los años que viví en Mississippi como para que la historia se repitiera con saña.

Pronto me dirigí con avidez a la recepción del resort, y les pedí con afán que llamaran a todos los resorts con vista al mar, y preguntaran sobre Janett Lanchester. Ellos, accedieron con el mayor de los gustos y comprendieron mi frustración.

Salí de ahí con desespero mientras buscaba a gritos al taxista que me había traído, no se apareció si no minutos después, luego de mi agónica voz hacia las adormecidas calles de la ciudad. Entretanto lo observaba venir, con claros síntomas de querer descanso, revolvía mi estómago de nuevo al pensar en Janett, en imaginar qué le haría el frío de Nápoles, en saber que no tenía nada con qué cubrirse, ni dinero para pagar. Por pensar en tantas cosas a la vez, sentía que me iba a explotar la cabeza. No podía concretar la realidad de reconocer que ella, se había ido para otra parte y la abandoné...

Signore, ¿en qué le puedo ayudar? —me dijo con ganas de no hacerlo.

—Necesito ir a todos los resorts de la ciudad. Le pagaré lo que cueste.

—Una de la mañana. Molto tardi.

—Por favor —me arrodillé como un pobre miserable—. Necesito que lo haga, le daré lo que pida.

—Es muy tarde, debo irme, tengo esposa e hijas —me dijo con un español perfecto, se le percibía la firmeza en no ayudar. Le solté, miré a la nada... y luego se fue. Parecía que había personas que, si les ayudabas, lo olvidaban todo a la hora siguiente. Con gran locura, entré al resort y les pedí un taxi o cualquier otro transporte que estuviera disponible.

—Señor ya es mañana... nadie le va a llevar a esta hora —aseguró, uno de los vigilantes.

—Entonces deme al menos un mapa de la ciudad.

—¿Qué hará, señor? —me preguntó otro de los vigilantes que era más presto a brindar colaboración.

—Como no hay nadie que pueda ayudarme, me iré solo a recorrer los resorts de la ciudad.

—Necesita transporte —manifestó—. Sino no llegará ni a cuatro resorts.

—¿Tiene algo que me sirva?

Una bicicletta —dijo en italiano.

—¿Qué es eso? —le pregunté enredado. No paraba de pensar en Janett.

—Una bici, señor —me dijo inaudito, no se creyó lo fácil que sonaba al español, pero entendió mi poca capacidad de discernimiento por mi estado.

—Disculpe —respondí torpe y con paseante congoja en mis venas—, de verdad que no tengo tiempo ni para adivinar lo simple. Por favor, si la tiene, entréguemela ahora.

(...)

—¡Debe ser él! —expresó Janett con rebosamiento. El teléfono del resort donde se hallaba, estaba sonando, y se había quedado así hasta expirar su llamado, al final no contestaron—. ¡Oiga! —reiteró—. ¿Por qué no atendió? ¿No ve que era el hombre que me está buscando?

—Después de las veinticuatro horas no contestamos llamadas, señorita —admitió sin culpas—. La gente también descansa.

—¿Y si es de vida o muerte? ¿No lo ha pensado?

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora