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Catorce:

Evangeline:

-Volveré por ti, por ustedes. Sólo dame un poco más de tiempo...-decía Alex, al teléfono.

Me dolía demasiado el no tenerlo conmigo, que a veces él no supiera el infierno por el que estaba pasando.

-Pero, ¿cuánto más tiempo necesitas, Alex? Es como si...¡Ya hubiese olvidado el sonido de tu voz, o la luz que era para mí tu sonrisa! ¡Es como si...

-Hermanita, sabes que por ahora debo esperar por el nuevo pasaporte. Pero lo único que me importa ahora es tu bienestar y el de mamá. Debes ser fuerte por ella, por nosotros...

Sentí como mi corazón y alma se me caían hasta morir en el suelo. Estaba destrozada. Ya lo estaba olvidando, olvidando lo que era ser una familia...

Ya todo se había arreglado parcialmente donde él estaba y sólo estaba esperando por la resolución de algunos asuntos legales. Pero estaba bien, y pronto volvería a estar con nosotras.

-Tranquila, Eva. Sólo es por un pequeño tiempo más, ¿de acuerdo? -intervenía mi madre mientras agarraba el teléfono al revés.

-Es así, señora C. –La corregía Sam-. Llevaré a Evangeline a su cuarto.

Sí, aún seguía mal del golpe y con la llamada de Alex simplemente se me hizo menos llevadero este corazón que había pasado por tantas emociones en los últimos días...

De manera abrupta, el joven Cross me tomó por la cintura y así llegamos hasta el final de las escaleras a mi habitación. Me dejó con cuidado sobre la cama y finalmente se quejó:

-Pesas demasiado.

Yo reí pero sin embargo tenía los ojos levemente cristalizados. Cada vez que pensaba en Alex, mi alma se desangraba sin piedad, sin final. Sin embargo en ese momento saqué fuerzas de donde no las tenía y respondí, mientras secaba las lágrimas con la punta de mi dedo índice.

-Lo sé.

Yo lo miré con una sonrisa y él preguntó:

-¿Has hablado con Luciana? Siento que a mí no me quiere ni ver.

Yo me encogí de hombros restándole importancia al tema.

-La querías, ¿cierto?

Sam asintió con algo de melancolía y añadió:

-Pero no de la forma en que ella deseaba.

Y así, una voz distintiva me sacó de mis pensamientos en un instante:

-¡Toc toc!

Ahí estaba el joven Dimitri. Sus ojos viajaron desde Sam hacia mí y continuó, arqueando una ceja:

-¿Estoy...Interrumpiendo algo?

A lo que yo respondí un poco sonrojada:

-¿Qué? ¡No! Te presento a Sam, mi mejor amigo.

-¿Y quién rayos te dijo que podías entrar así por una ventana? ¿Conoces algo llamado "invasión a la privacidad"? -dijo Sam, sin siquiera intentar parecer amable.

-Hola, Sam. –dijo Dimitri con una sonrisa. Jugó de manera insegura con sus manos y cuando estaba a punto de agregar algo más, yo me le adelanté diciendo:

-Cuando dije lo de la ventana, no pensé que te lo fueras a tomar tan en serio.

Le dediqué una sonrisa de complicidad y continué:

-Hay una puerta allá abajo, ¿sabes?

-Lo sé, mi princesa de hielo.

Yo reí, ahogándome en dulzura mientras su hermosa mirada se conectaba con la mía. Así, él acarició mi rostro con suavidad y cuando estaba a punto de dejar un cálido beso en mis labios, Sam casi que lo derriba limitándose a decir:

-¡Hey, hey, tortolitos! Guarden eso para dentro de unos días, cuando regresemos a las clases presenciales y tengan que avisarle a todos que están saliendo. No soporto las cursilerías.

Estampó su palma contra su frente en señal de frustración e ironía y prosiguió:

-Y además, por si se les olvidaba...La señora C no lo sabe aún, ¿o sí?

-¡Oh, sí! ¡Maldición!  –dijimos ambos al unísono. Sam rió y de esta manera concluyó:

-Está bien, está bien. Ya veré qué excusa se me ocurre para la madre de Evangeline. ¡Pero sólo por esta vez! Jóvenes enamorados, ¡salgan de mi vista!

Y así, Dimitri me ayudó a bajar de nuevo, sin lastimarme y me llevó hasta su auto. Un Volkswagen de los antiguos y de un bonito color azul que le había regalado su padre cuando cumplió 16 años.

Y allí fue cuando una incógnita deslumbró a mi cerebro: nunca había escuchado a Dimitri hablar de su familia, tan sólo esa vez cuando nos encontramos en el cementerio y sin embargo no había profundizado en detalles. Algo me dejaba en claro que cuando decía "no quiero volver a casa", tenía que existir una razón más allá de lo que a simple vista se percibía. Y en ese viaje sin rumbo, entre los delirios de mi adormilada mente (porque sí, me quedé dormida por tercera vez en el día. (¿Serían los medicamentos? Tal vez), en ese momento y situación, aun creo escuchar las palabras de nuestra conversación, donde me hablaba de su padre y revelaba más detalles de su pequeña familia.

-¿A dónde iremos? –inquirí yo.

-A donde sea que la vida nos lleve...Siempre y cuando estés junto a mí.

-¡Y no se te olvide...!

Ahí estaba la voz de Sam un poco fastidiado. Oímos el leve estruendo de algo que cayó a nuestros pies y nos volteamos para encontrarnos con el rostro de mi mejor amigo observándonos con ojos de halcón desde mi ventana, había dejado caer el bolso que llevaba conmigo siempre y que por andar de enamorada había olvidado.

-¡Gracias! –argumenté casi en un chillido que emergió desde no sé dónde y el joven amante de las mariposas me hizo un ademan con sus dedos pulgares indicándome que todo estaría bien y lo vi desvanecerse rápidamente mientras su voz se fundía entre la lejanía con las palabras:

-¡Señora C!

Dimitri y yo intercambiamos miradas saturadas de ternura y entre risas nos dirigimos al vehículo. Sin rumbo alguno, pero con la mejor compañía.

Además, había decidido que al fin, me sinceraría con él. Pues ya era una persona en la que podía confiar.

Mi vida en un poema.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora