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Tres:

Era lunes por la mañana. Debía hacer algunas cosas importantes en mis clases en línea.

-¡Vamos, Evangeline!. –le reprochaba a mi subconsciente mientras me sentaba frente al ordenador.

La educación...No era algo con lo que me llevase bien. Desde mi último año en clases presenciales, ¡madre mía, no! Pero eso no era lo importante ahora. Están leyendo esta historia, presumo, porque quieren divagar conmigo en los bosques de mi memoria, en esta travesía que era la adolescencia donde o bien querías morir, o tu mente te incitaba a que lo hicieras. Tal vez sólo era yo.

En fin, la cuestión era que si querían saber algo de mi historia (o si alguna vez por un milagro universal y cósmico encontraba el amor), mi vida fuera de las páginas de mi cuaderno de poemas no era algo que les pudiese interesar. Al menos no en este punto de la historia.

Y sí, para mí sería un milagro que el amor llegara a mi vida. Verán, no era el tipo de chica del que los chicos se enamorarían. Tenía mis inseguridades, condiciones y todos estos enmarañados problemas hirviendo en la parte más oscura de mi cabeza. Ángeles, demonios y miles de poemas...Que nadie conocía aún. Ni siquiera mi madre. Era como un pequeño secreto entre el doctor Josh y yo.

Pero, si alguien se enamoraba de mí, tendría que aceptarme con todos estos problemas, y los chicos con los que había interactuado antes ni en sueños me habrían visto de esa forma.

Y todo lo que se veía a simple vista en mi cuerpo, sólo reflejaba más el desastre que era. Cicatrices aquí y allá, anteojos, despigmentación en la piel...En realidad no me importaba mucho la impresión que pudiese llegar a dar al sexo apuesto, lo que me importaba era lo que yo misma estaba sintiendo respecto a eso. Y aquello que sentía no era bueno para ser  completamente honesta.

-Y así es como...

-La vida de Evangeline Chantelle se va por la borda, ya lo dijiste, cerebro de nuez. –le refuté al ser alado que había aparecido, así, tan repentino como siempre. Ni en mis días de clase me dejaba en paz.

-Eres patética.

-Si fueras Luke Howland, eso no me desagradaría. –argumenté entonces, recordando a Boulevard de improviso.

-Pero sabes muy bien que no lo soy. –respondió en seco, carcajeando de manera cínica, muy típico en él.

Me gustaba leer en Wattpad, ¿para qué mentir?

-Ya quisieras ser como él, hijo de...

-Sin groserías en esta casa, señorita. –me interrumpió.

Resoplé, indignada. Estas malditas alucinaciones no me daban un respiro.

En ese momento, la notificación de campana hizo su aparición, anunciando que había recibido un nuevo mensaje.

-¿Mensajes a esta hora, y del aula virtual? ¡Esto sí que es una novedad!

Dimitri Conway:

"¡Hey! Evangeline, ¿me recuerdas? Pues la última vez que nos vimos fue en Octubre, en el cumpleaños de Luciana y ella me ha hablado de ti. Tengo una de tus libretas en mi casa, ¿quieres que pase a dejártela?"

Sí, están igual de confundidos que yo en ese momento.

Me levanté de la pequeña silla giratoria y contemplé el ordenador por un minuto. Esto era demasiado extraño. ¿Por qué Dimitri Conway me escribiría, y por el buzón del aula virtual? Además, ¿cuál libreta?

Rememoré unos segundos.

Una fiesta de cumpleaños, pijamada y muchas risas...

Oh no...

-¡Rayos, demonios! –exclamé poniéndome rápidamente las converse y bajando disparada por las escaleras...

Mientras marcaba el número de Luciana, oí al ángel decir con ironía, pero no me importaba mucho.

-¿Y no que habíamos dicho, "sin groserías en esta casa"?.

Yo hice mi típico ademan manual para que su frívola, sarcástica y horrenda presencia se esfumara. Mi cabeza se estaba ahogando con problemas más grandes en ese momento.

Verán, socializar no era mi fuerte. Literal sólo tenía a una verdadera amiga (el resto se habían alejado de mí a los tres meses), y su nombre era Luciana. Luciana Green, recientemente había sido su cumpleaños número 18 y me había invitado (prácticamente rogado) a su fiesta de cumpleaños. Por asuntos personales, yo siempre había sido más bien una introvertida. Prefería por sobre todo quedarme en casa, con música y un buen libro. No era el tipo de chica que se moría por ir a fiestas o visitar centros comerciales por la tarde con amigos...Pero como se trataba de ella, acepté ir.

Había sido mi mejor amiga desde hacia un año ya. Nos conocimos por medio de mi madre. Una de sus amigas de la facultad se había reencontrado con ella después de años y esta señora, Violet Green, tenía una hija de más o menos mi edad. Casualidades mágicas, le llamaba yo.

Ya que socializar no era mi fuerte, creo que se pueden hacer una idea de cómo me estaba sintiendo en ese momento. Entrando en pánico, literalmente.

Bajé a la cocina para ver si sobre el mostrador estaba mi libreta de poemas. Di un suspiro, sí estaba ahí.

Al menos eso parecía, hasta que...

Me acerqué para tomarla y...se esfumó cuando intenté tocarla. Otra alucinación.

La risa del ángel me taladró los oídos.

Mientras corría por toda la casa buscando mis calcetines y mis llaves, marcaba el teléfono de Luciana.

A la luz del refrigerador, vi los ojos carmesí del ángel que atormentaba mi vida, con una sonrisa al igual de siniestra que sus ojos. Señaló con su mano mis brazos, y yo grité aterrada.

Sangre. Sangre corriendo como gotas de lluvia por esa zona de mi piel.

Yo sólo le enseñé el dedo usado para mandar al infierno a la gente y oí la voz de Luciana al otro lado de la línea. Abrí la puerta y salí, sin destino conocido aún.

-¿Hola? ¿Evangeline? ¿Por qué gritas? –preguntó extrañada ella.

-Porque Dimitri Conway tiene mi libreta de poemas y estoy en crisis con el ángel de la muerte burlándose de mí por eso. –respondí de manera súbita, sin contestar a su pregunta directamente, más bien me había inventado la respuesta esta vez. Más o menos.

-Tal vez...¿Esta vez sí me pasé? –decía Luciana, con su típica voz infantil que usaba cuando quería convencer a la gente.

-Bastante. Me debes una. –respondí inexpresiva.

-Me la debes tú a mí. –interrumpió ella, como si lo que había hecho no era invasión a la privacidad. Incluso en mejores amigas.

-¡Luciana! –exclamé yo, frustrada. Ir por allí sintiéndome así atravesando las calles no era algo bonito en realidad, pero mientras el dichoso angelito no apareciera, todo estaba bien. Al menos por ahora.

Ella rió y respondió:

-¡Está bien, está bien! Te enviaré su dirección.

Yo asentí y colgué.

Segundos después me llegó la ubicación de donde vivía. Si ir a la casa de Dimitri Conway después de lo que pasó en la fiesta de mi mejor amiga no era ya bastante una humillación, yo ya me moría.

El joven en cuestión fue el primer chico del que me enamoré, de verdad. Porque a medida que creces tus amores van y vienen, y no sabes si realmente estás enamorada. Pero con él era distinto. De él sí me enamoré de verdad.

Cabello castaño, ojos verdes que me volvían loca...

Pero en realidad nunca lo había visitado. Había sido amigo de Luciana antes que mío y lo había conocido por ella hacía unos meses, bastantes meses de hecho.

Y entonces la fiesta sucedió, como también lo hizo la muerte de mi ya destartalada reputación.

-Exagerada. –se quejó uno de los cuantos niños que me hablaban o que veía, todos controlados por el susodicho ángel de ala temblorosa y ala oscura.

Y tal vez sí, sí estaba exagerando. Pero no iba a dejar que ellos lo supieran.

Mi vida en un poema.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora