18 (II)

459 43 33
                                    

Eran pasadas las doce cuando decidí tomarme un descanso, aprovechando que era martes y no había tanta gente como la iba a haber el fin de semana. Pol se había tomado un descanso poco antes y yo lo había cubierto, así que ahora le tocaba a él cubrirme a mí —cosa que no había accedido a hacer sin antes quejarse de que había llegado tarde y no me merecía un descanso—.

Salí al jardín para tomar un poco el aire, y me sorprendió encontrarme a mi hermano y Berta jugando a cartas en el área de césped —fuera de la zona donde todo el mundo hacía sus necesidades, que estaba más abajo—, sentados encima de un par de toallas, con Sergio y sus dos amigos. Había sido una buena idea conseguir luces para poner por el jardín, porque sino no se habría visto nada, y de esta forma no se acumulaba todo el mundo dentro de la casa, podían estar por fuera.

La partida acababa de terminar, a juzgar por los gritos y quejas de mi hermano, que delataban que había perdido. Me acerqué a ellos, y Sergio se levantó al verme. Jan estaba muy ocupado discutiendo con los amigos de Sergio, y Berta miraba algo en su móvil, distraída.

—Nos iremos dentro de poco —me informó mientras empezábamos a caminar por el jardín—. Pero igual volvemos otro día esta semana. Es muy guay lo que habéis hecho aquí. Tengo un poco de envidia, y todo.

—¿Un poco?

—Vale, mucha. —Rio.

Nos quedamos callados unos segundos, y sentí la necesidad de romper el silencio, aunque no sabía bien cómo expresar lo que quería decir.

—Oye, yo... —empecé, mirando el trozo de bosque que se extendía delante de nosotros, iluminado por la luz de la luna—. Me da la sensación de que tú buscas... y yo...

No me dejó continuar, cosa que agradecí porque estaba empezando a sentirme ridícula por mi poca capacidad para decir depende de qué cosas.

—No te negaré que me interesas, y sé que yo a ti también, pero también sé que hay alguien que te interesa mucho más —dijo, y me giré para mirarlo, intentando hacerme la confundida, cuando sabía perfectamente a quién se estaba refiriendo. Sergio sonrió—. El chico de la barra. Estáis pillados el uno por el otro. Solo hace falta ver cómo os miráis.

Me planteé negarlo todo, decir que no sabía de qué hablaba, e incluso sugerir que se pusiera gafas porque estaba claro que no veía bien, pero al final opté por ser honesta y suspiré.

—¿Tanto se nota? —murmuré.

—Yo lo he notado, pero tampoco creo que sea tan evidente. Le he preguntado a tu hermano si el chico de la barra y tú estabais juntos, y me ha dicho que ni por asomo, que sois como hermanos... Creo que no se entera de nada.

—No es muy perceptivo, no. —Reí.

—Entonces, ¿por qué no estáis juntos?

—Es complicado.

—¿Por qué? —inquirió, y lo miré.

—Qué cotilla —bromeé.

—Pues sí, bastante —admitió, divertido—. Me gustan las historias de amor.

—Oh, esta es una historia trágica, no sé si te va a gustar —respondí, manteniendo el tono de broma.

—¿Es porque tú vives en Madrid? —adivinó.

Asentí con la cabeza.

—Por eso, y por más cosas... Es una historia muy larga. En resumen, hace cuatro años tuvimos algo, pero me peleé con mi padre y no he vuelto al pueblo hasta este verano —le expliqué—. Ni siquiera le mandé un mensaje dándole una explicación de por qué me había ido, y ahora está enfadado. Además, no quiero que la historia se vuelva a repetir. Si ahora volvemos a estar juntos, ¿qué haremos cuando yo me tenga que ir a Madrid?

Hasta que acabe el veranoWhere stories live. Discover now