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Me desperté sintiéndome como si me hubiera pasado un camión por encima. Me dolían las piernas, algo comprensible teniendo en cuenta que me había pasado la noche anterior bailando, y notaba una fatiga general en todo el cuerpo, que asocié a las muchas emociones que había vivido, y a que no había parado en todo el día.

La casa estaba en silencio cuando salí de la habitación. Eran las nueve de la mañana, así que supuse que estarían todos durmiendo. Mis tíos y primos se habían quedado a dormir, pero no se oía ni un solo ruido en el piso de abajo.

Al bajar, vi por el ventanal del salón que Max y Julia estaban en la mesa del jardín, así que fui a prepararme un café y unas tostadas antes de unirme a ellos. Monty dormía, echado en el césped, y me extrañó no ver a Canela, pero a veces le daba por dormir en alguna de las habitaciones, así que no me preocupé.

—Buenos días —los saludé—. ¿Qué planes tenéis para hoy?

—Pues queríamos ir a la Gola del Ter —comentó Max—. No queda muy lejos, ¿no?

Negué con la cabeza.

—Media hora en coche, más o menos —respondí.

—¿Quieres venir? —me ofreció Julia.

—Me encantaría, porque hace tiempo que no voy, pero estoy agotada, y tengo que trabajar —contesté.

—¿Ya trabajas? —preguntó Max, levantando las cejas—. Pensaba que todavía estabas estudiando... Periodismo, ¿no?

—Sí, en septiembre empiezo cuarto, pero escribo artículos para un periódico digital —expliqué—. Son un medio joven, y buscaban a estudiantes para dar más oportunidades a los jóvenes, y esas cosas.

—Y, ¿sobre qué escribes? —inquirió Julia, interesada.

—Un poco de todo. —Me encogí de hombros—. Cosas relacionadas con la juventud, principalmente. De hecho, Max, estaba pensando en escribir un artículo sobre vivir fuera siendo joven, así que a ver si esta tarde puedes contarme cómo te fue por Nueva Zelanda.

Max accedió, y estuvimos charlando un rato más hasta que recogieron los restos de su desayuno y se fueron. Al poco rato, la abuela salió al jardín, con una taza de té en la mano.

—Ya no estoy para estos trotes —se quejó, sentándose delante de mí con un gemido—. Creo que hacía años que no me levantaba tan tarde.

—Pero si apenas son las diez —le recordé.

—Yo me despierto siempre, como tarde, a las ocho —me explicó—. Otra cosa es el oso que tienes por hermano, que siempre duerme hasta las mil.

—¿Ya me estás criticando? —se escuchó la voz del mencionado, y la abuela se giró como si acabara de ver una aparición.

Jan caminaba hacia nosotras, y fue adelantado por Canela, que prácticamente se me tiró encima para que le diera mimos.

—¿Qué haces despierto a estas horas? —preguntó la abuela, con incredulidad—. No te esperaba hasta, como mínimo, las dos de la tarde.

—Canela me ha despertado porque quería salir. —Señaló a la perra, que me miraba con inocencia mientras la acariciaba—. He dicho, "ya que estoy, voy a desayunar, que de vez en cuando no está mal".

—Le voy a tener que poner una vela a Santa Rita, patrona... —empezó la abuela.

—De los casos imposibles —Jan y yo terminamos la frase por ella, porque nos lo había dicho mil veces, y la abuela sonrió.

—Qué bien educados os tengo —dijo, satisfecha—. Así se compensa que no hicierais la Comunión.

—Iremos al Infierno igual —bromeó Jan, y la abuela le dio un manotazo en el brazo.

Hasta que acabe el veranoWhere stories live. Discover now