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Uno:

Una princesa que creía no tener su cuento de hadas...

Un ángel que no necesariamente poseía alas blancas.

Y miles de poemas...Que constituyen una historia.

...

—Espera aquí, Eva. —decía mi madre.

Honestamente no me gustaba que algunas veces me llamara así, pues yo ya sabía lo que estaba dispuesta a hacer. Estábamos en la sala del psiquiátrico, esperando a que mi doctor llamase para una de las tantas consultas que se perderían en los secretos del viento o con la helada nieve del invierno.

El frío me helaba los huesos, mientras mis ojos se paseaban de un lado a otro en la habitación buscando cualquier punto para distraer mi atención.

Esa era mi primera sesión después de haber probado a miles de otros doctores hábiles en el campo.

Un doctor de unos cuarenta y tantos años se asomó con discreción por la puerta, para luego cerrarla de nuevo. Sus ojos verdes me habían escaneado por un fugaz segundo para luego  encerrarse de nuevo en el cubículo , donde estaba mi madre.

—Y así, es como la vida de Evangeline Chantelle se va por la borda.

—Cállate. —ordené yo.

De entre las sombras emergió un ala negra, mientras unos ojos rojos como la sangre me observaban. Iban decorados con una sonrisa demencial, ahogándose en la ironía y el dolor.

¿Quién era él? Si se los digo, les juro que me tomarán por loca. Si no es que ya lo estaba.

Mi nombre es Evangeline. Evangeline Chantelle y efectivamente, mi vida se había arruinado desde hace mucho tiempo.

Intentaba sobrellevarlo, lograr que mi madre no me viera llorando o cosas así. Pero en las noches donde sólo él me hablaba, era difícil contener el llanto.

También había días buenos, como todo en la vida. Días en donde no me molestaba ni siquiera él, ni nada; ni nadie. Me gustaba escribir poemas sobre lo que estaba ocurriendo u ocurrió en mi vida, pues eso formaba parte de mi historia y las historias le daban magia a la vida. O eso me gustaba pensar a mí.

Pues, últimamente en mi vida no habían estado ocurriendo cosas tan mágicas.

Intentaba lucir indiferente, callada. Encerrada en esas cuatro paredes azules como el mar. Hasta que...

Un estruendo azotó mis oídos, como de un portazo violento.

Solté un grito ahogado, repleto de miedo y desesperanza.

Y luego, unas risas que venían del ser alado que tenía frente a mí. Otro grito decoró mis labios por un momento, mientras aquel perverso ángel se jactaba de la escena que había creado. Siempre había sido así desde que llegó a mi vida.

Otro portazo con violencia, ahora repleto de voces de niños diciendo "tenemos muchas cosas que contarte".

¿Qué más, después de todo lo que me habían hecho ver y sentir? Diablos, definitivamente iba a enloquecer.

Cabe destacar que yo era la única que veía y sentía todas estas cosas. Nadie más que yo percibía los latidos de mi corazón acelerándose mientras perlas de sudor descendían por mi frente.

Me puse en posición fetal sobre la silla en donde reposaba mi cuerpo, cubriéndome los oídos.

—¡Necesito que se detengan! —exclamaba.

Mi vida en un poema.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora