9| La confesión de Duff

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Tras despedirse de Duff, Foxy desapareció de la habitación suspirando los nervios que se le habían acumulado en el transcurso de ese encuentro

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Tras despedirse de Duff, Foxy desapareció de la habitación suspirando los nervios que se le habían acumulado en el transcurso de ese encuentro. Caminó con las rodillas temblorosas a lo largo del pasillo para llegar a los ascensores, entrando al primero que abrió sus puertas con la torpeza de una polilla. Haber visto a Duff despierto y que, además, le pasara las llaves de su casa era una maldita locura. Todavía no se lo podía creer.

Cuando llegó al primer piso, salió por las puertas del hospital y caminó hasta el paradero de taxis, donde se subió al primero que se detuvo para ella.

Ya dentro del vehículo, Foxy apoyó la cabeza en el respaldo. Ahora que estaba en silencio y sin distracciones que interrumpieran sus pensamientos, cayó en cuenta de lo sucedido hace unos minutos atrás: había hablado con Duff, ese hombre que amó con cada pedazo de su ser y a quien intentó olvidar durante los últimos años, pero que, por mucho que intentara desenterrarlo de su memoria, fue imposible.

Lo amaba de la manera más estúpida e intensa que alguien jamás pudiera sentir y como consecuencia, había abandonado su refugio en el extranjero para venir a verlo al país donde la policía la buscaba. No le importaban los peligros de Los Ángeles si la muerte estaba tentada de llevarse de la faz de la tierra al amor de su vida. Foxy no tenía motivos racionales para estar ahí, sólo un descabellado amor y una extraña esperanza de que su visita arruinara los planes del destino.

Por suerte él estaba bien y pudieron conversar, algo para lo que no venía preparada. Mucho menos para alojar el tiempo que estaría de visita en su casa.

No podía entender cómo es que llegó a pasar todo eso, ¿por qué no la odiaba si ella lo había abandonado? ¿Por qué fue tan generoso para protegerla? Eran las preguntas que necesitaba responder porque carecían de sentido.

También pensó en lo cambiado que estaba Duff. Tenía las mismas gesticulaciones y ademanes, pero el paso del tiempo había hecho lo suyo. En principio, su cabello ya no era igual de rubio que antes, ahora lucía café y poco electrizado, como una flor marchita. Sus mejillas que antes eran planas y enmarcadas por el hueso de su mandíbula, ahora eran redondas como dos panes y todo su cuerpo, en general, era más robusto. Aunque no era algo que a Foxy le hubiera desencantado, sólo reparó en ello porque esos cambios no pasaban desapercibidos en un hombre que recordaba como alguien delgado, atlético y muy rubio.

Durante el camino invocó las imágenes de ese reencuentro todas las veces que se lo permitió la imaginación, y cada vez que la cara de él aparecía en su mente como una fotografía vívida, las mariposas de su estómago aleteaban. Estuvo distraída con el deleite de ese momento todo el viaje hasta que la voz del chofer la despertó del sueño.

—Señorita —escuchó. El vehículo estaba avanzando por una calle de casas blancas—, ¿dónde la dejo?

—Déjeme aquí, por favor.

—Como usted diga —obedeció estacionando el auto junto a la solera—. Son diez dólares.

Desde el bolsillo de su mochila sacó unos billetes arrugados y se los pasó al chofer, sin percatarse de haberle dado más dinero del que correspondía. Él no dijo nada.

El Chico Zeppelin 2 | 𝕯𝖚𝖋𝖋 𝕸𝖈𝖐𝖆𝖌𝖆𝖓 ©Where stories live. Discover now