2| Corazón delirante

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"Y ¿sabes qué pienso? Pues que para las personas
los recuerdos son el combustible que les permite seguir viviendo".

—Haruki Murakami


31 de octubre, año 1992 — Los Ángeles, California

Era la noche de Halloween y en la mansión de Axl había una fiesta desatada como un incendio. La música a todo volumen se escapaba por las ventanas como lenguas de fuego.

Duff atravesaba una multitud danzante para avanzar hasta el fondo del salón, donde la banda lo esperaba. Como se trataba de una fiesta de disfraces, traía una capa negra tras su espalda, cabello engominado, ojos delineados y sangre falsa en sus labios. Su aspecto de vampiro causó que las mujeres lo persiguieran por todos lados para ligar con él, pero como ya era costumbre, no le hacía caso a cualquier chica. A las comunes y corrientes las ignoraba con un desinterés terrible para ellas.

Después de haber cruzado la marea de cuerpos sudados, por fin llegó a su destino.

—¿Dónde mierda estabas? Llevamos esperando mucho rato —gritó Slash para oírse por sobre la bulla; estaba disfrazado con una máscara de Freddie Krueger y necesitaba alzar la voz para que le entendieran.

—Se demoraron en llegar, cálmate —respondió Duff mientras sacaba de sus bolsillos las bolsitas con speedball que recién había comprado.

Las repartió entre Slash, Gilby, Matt y Dizzy como quien regala dulces en aquellas fiestas. Axl, quien llevaba un disfraz de vampiro al igual que Duff —y por lo cual se había desatado una infantil discusión—, puso los ojos en blanco y se marchó. No quería participar en el consumo de esa porquería.

Con sus manos temblorosas a causa de la ansiedad, Duff abrió la bolsa para soltar un poco de droga sobre la palma de su mano. Pegó su nariz a ésta y la esnifó.

Llegado el efecto a su sistema nervioso, los músculos de su cuerpo se aligeraron como si se hubiera dejado flotar en el agua de una piscina. Sentirse liviano de peso relajó ese alboroto interno que venía sufriendo desde la mañana.

Con los párpados mansos, observó la multitud de gente que danzaba frenética en el salón; se agitaban bajo la iluminación roja formando un halo de electricidad que distorsionaba los contornos, dando la impresión de ser un ente indescifrable de rostro deforme y tentáculos múltiples. Todo era difuso, excepto una persona.

En el centro de aquella masa vibrante, distinguió una mujer rubia y luminosa que oscilaba su torso al compás de la música, acariciando con sus manos el contorno de su cintura como si disfrutara el tacto de su propia piel. Irradiaba en su contoneo un placer candente que logró excitar su torrente sanguíneo; estaba acalorada y la piel perlada por la humedad del sudor la asemejaba con una sirena recién salida de un lago.

El Chico Zeppelin 2 | 𝕯𝖚𝖋𝖋 𝕸𝖈𝖐𝖆𝖌𝖆𝖓 ©Onde histórias criam vida. Descubra agora