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Rachel.

—Mañana puedes acompañarnos a que me pruebe el vestido, ¿Que dices? —asiente, emocionada—, después, podríamos pasar a una pista de hielo que ví el otro día.

—Pero no tengo mis patines aquí...

—Entonces podríamos comprar unos.

—Aceptó.

Sonrió.

—Vamos a cenar, antes de que don amargado venga a tumbar la puerta.

Se ríe y asiente, veo a Christopher ya en la mesa, no deja de trabajar ni en ese momento, porque sigue con la mirada clavada en la laptop. Sigue demasiado presionado con la campaña, es por eso que no exijo que tanto no colabore lo que desearía en las cosas de la boda.

Levanta la mirada al sentir nuestra presencia, tomamos asiento y soy feliz cuando Miranda trae mi plato con pollo.

—Te comes todo, Rachel, dejas tan solo un poco y hago que te sirvan el doble —advierte.

Me como el pollo primero, porque claro, nuestra adicción. Llegó a la parte ya no tan divertida, que es el licuado verde lleno de mil proteínas que me dan asco, aunque sabe bien si pienso en que es rosa y de fresa. Es que el licuado verde es delicioso. Deja de serlo con las proteínas. Y los vegetales.

Le hago muecas al brócoli, no me gusta. No me gustará y nadie me hará cambiar de opinión.

Me como todo, excepto los brócolis.

—Te dije algo, Rachel —advierte. Ni siquiera me está viendo.

—El brócoli da asco —protesto cómo niña chiquita.

—Puedes dármelo a mi, a mi si me gusta —sonríe mi hermanita.

Y voy a hacerlo, pero Christopher detiene mis movimientos.

—Si no te quieres quedar sin pollo por una semana, más vale que te lo comas. Y tú, si te vas a quedar aquí, no vas a andar quitándole la comida a tu hermana.

—¡Es comida que no le gusta!

—Pues es lo que tiene que comer, así que cierra la boca y no te entrometas.

—No le hables a si a mi hermana, Morgan, no quieres tener esa habitación para ti solito —advierto de inmediato.

Me ve con la clara advertencia en la mirada, me insta a abrir la boca y de mala gana como el jodido brócoli asqueroso.

—Traé al nutriólogo que te dijo eso. Puede comer otras cosas, no solo el brócoli —le sigue peleando mi hermana.

—No tengo que rendirte cuentas de lo que mi mujer y yo hacemos. Cállate, come y deja de intentar quitarle la comida —le dice. Pero me desconecto cuando la arcada llega sin remordimientos.

Me levanto, ignorando su discusión y voy al baño que hay en la cocina, devuelvo toda mi cena. Y me da más asco eso, así que vómito toda la comida del día. Fueron chucherías y eso, pero vómito todo.

Termino arrodillada frente al retrete, Christopher sostiene mi cabello mientras termino y me pongo de pie, repitiendo el proceso que ya se volvió rutina: lavo mi boca cinco veces, porque no quiero el sabor amargo que deja vomitar.

Le doy un golpe en el hombro a Christopher.

—A ver si entiendes que a tus hijos no les gustan esas cosas —le reclamo.

—Son unos caprichosos, tu y ellos —es su respuesta.

—Como sea, se me fue el hambre y me quiero ir a dormir, ¿O eso también está mal, señor Morgan?

Si Rachel no hubiera ido con Stefan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora