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JENNA

Gabriel había escogido una pequeña cafetería para reunirnos. Nunca había estado allí, y probablemente en alguna otra ocasión habría apreciado lo acogedor y bonito que era el lugar, pero aquel no era el día. Empujé la puerta, y en seguida lo vi, sentado en una de las mesitas redondas.

Por un instante, mi cuerpo se congeló. Noté los escalofríos bajándome por la espalda, y esperé, inmóvil, a que él hiciese el primer movimiento. Casi podía imaginarme su risa fría, o la mirada de ojos negros clavándose en mí. Mi pecho comenzó a alzarse y descender cada vez más rápido, hasta que fui consciente de que todo estaba ocurriendo en mi mente.

Gabriel sólo estaba sentado, nada más.

Cerré la puerta, y caminé hacia allí tratando de que mis piernas no flaqueasen. Yo había accedido a esto, no podía echarme atrás.

El hombre se puso en pie en cuanto me vio llegar. Sonrió con nerviosismo, señalando el asiento que había frente al suyo.

-Gracias por reunirte conmigo.

No respondí nada. Quería disculparme por haber tardado casi una semana en hacerlo, pero, aunque lo hubiese intentado, las palabras no habrían querido salir, pues tenía la garganta demasiado seca.

-¿Puedo invitarte a un café?- preguntó entonces él, haciendo un nuevo intento fallido de sonrisa ladeada.

Él también parecía nervioso, incluso más que yo. Tragué saliva, y me obligué a asentir con la cabeza. No podía evitar mirarlo, analizarlo con ansias, en busca de cualquier mínimo indicio de que Kahla siguiese en su interior.

No hablé nada en el rato en el que Gabriel ordenó dos cafés con leche. Tampoco en los minutos en los que esperamos, ni cuando el camarero llegó y dejó las tazas sobre la mesa. Las manos me sudaban, y con cada golpeteo de mi pie contra el suelo, el frío del metal de la daga que llevaba en la bota me atravesaba la piel.

-Gracias... por venir- repitió al fin, revolviendo el café con la cucharilla.-Quería... bueno, quería darte las gracias. Y disculparme. Yo... lo siento profundamente.

No pude controlar mi reacción cuando mis piernas me impulsaron hacia arriba. El sonido de la silla siendo arrastrado bruscamente llamó la atención de más de un cliente, y vi el rostro de Gabriel palidecer antes de echar a correr hacia el baño.

El estómago se me contrajo con fuerza cuando me apoyé en el borde del retrete, pero conseguí evitar vomitar. Sin embargo, eso no me hizo sentir mejor. Sabía que ese hombre era sólo eso, un hombre. Que Gabriel ya no era Kahla, que, de hecho, él no había tenido la culpa por nada de lo que había ocurrido.

Él no lo hizo. Él no lo hizo, Jenna...

Por más que me lo repitiese, no funcionaba. No me sentía mejor. El aire no llegaba a mis pulmones, no podía respirar.

Él no lo hizo.

Él no mató a Kaleb.

La garganta me ardió cuando el vómito subió con fiereza. Me aparté el cabello del rostro, sintiendo los ojos llorosos.

¿Cómo se supone que iba a mirarlo a la cara? ¿Cómo iba a compartir un café con él, después de todo lo que habíamos vivido? Cada noche, cuando cerraba los ojos, todo lo que veía era su rostro. Su sonrisa fría, orgullosa, de victoria, cuando el cuerpo de Kyle caía sin vida al suelo. Después lo veía a él, con aquel porte elegante, alzando a mi amigo y tendiéndolo en aquella mesa de mantel blanco.

Sé que estaba siendo injusta. Que el hombre que se encontraba sentado en esa mesa, no era Kahla. Que Gabriel no tenía ninguna culpa de lo ocurrido. Me obligué a respirar hondo. Refresqué mi rostro en el lavabo, me lo sequé con un papel, y caminé con firmeza fuera del baño.

CAZADORES DE DEMONIOSWhere stories live. Discover now