XXVI

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MIÉRCOLES 23

LYDIA

Aquella noche no consiguió dormir. Cada vez que cerraba los ojos la presión en su pecho aumentaba, como si una mano invisible le apretase el corazón con fuerza. A pesar de que trataba de tomar aire, y de llevarlo hasta sus pulmones, este no parecía querer entrar. Todo lo que estaba sintiendo, todo el miedo, y la rabia, y las dudas, todo se le amontonaba, y era simplemente demasiado como para poder digerirlo.

La conversación de aquella mañana había sido la gota que colmó el vaso. Aquella interacción entre el profesor Sharman y Jenna, como si se odiasen, como... como si él hubiese deseado (o, peor, provocado...) la muerte de Kaleb Emerson.

No, se decía, cada vez que aquellos pensamientos asomaban. No, eso no es cierto. Estás loca, Lydia. Estás delirando. Necesitas ayuda...

Pero, en el fondo, una vocecita le aclaraba que lo que necesitaba no era ayuda, si no respuestas.

Así que esa mañana, se levantó de la cama con un nuevo propósito.

Si ellos no me dan explicaciones, las buscaré en otro lugar.

¿Y qué mejor lugar, que el despacho del propio Gabriel Sharman?

***

Se repitió mil veces que era imposible que la pillasen. Gabriel Sharman estaba en clase- en una clase en la que ella debía estar, pero que se estaba saltando-, y ningún profesor tenía por que aparecer por ahí a esas horas. Y, si lo hacía, ella diría que el profesor Sharman la había enviado a por algo. A por un libro.

Sí, esa era una buena escusa.

Conteniendo la respiración, y con el corazón latiéndole a cien mil por hora, empujó la puerta y entró al despacho. Se dio cuenta que las manos le temblaban y que además estaban sudadas y, por un momento, se preguntó qué diablos estaba haciendo. ¿De verdad acababa de colarse en el despacho de un profesor? ¿De verdad se estaba arriesgando a ser expulsada del instituto, sólo por querer probar una teoría loca que posiblemente fuese fruto de sus paranoias y de lo que sea que le estuviese pasando en la cabeza?

Pero sabía que no podría seguir adelante si no encontraba una explicación. Y además, ya había llegado hasta allí...

Se dio la vuelta, y echó una rápida ojeada al lugar. Era un despacho como todos los demás, con un escritorio con algún libro encima, el ordenador, y un lapicero, una estantería con archivadores en la parte de atrás, y un tiesto con una planta algo mustia en una esquina. Caminó hasta el escritorio, y con nerviosismo abrió la tapa del portátil pero, como era de esperar, este tenía contraseña. Volvió a cerrarlo con cautela, y revisó por encima los libros de la mesa, pero sólo eran novelas literarias.

¿Qué se supone que debo buscar?

Quería encontrar algo sospechoso, algo que hiciese a Gabriel Sharman culpable de que el hermano de Jenna cayese de aquella azotea, pero allí no había nada. Era un despacho completamente corriente, y empezó a sentirse tonta.

Márchate ya, Lydia, antes de que te pillen. Estás haciendo el ridículo.

Dio una última ojeada antes de caminar de regreso a la puerta y accionar la manilla.

Estaba pensando en que ignoraría que había hecho esa tontería, cuando su cuerpo se congeló. Había alguien más en el pasillo. Unos pasos se acercaban; ella miró a todos lados, buscando dónde esconderse, mientras su mente planeaba la escusa para estar allí: Gabriel... el profesor Sharman... le había enviado a por un libro a su despacho. ¡No! Esa era una escusa pésima, ¿y si después le preguntaban a Gabriel si eso era cierto? Él sabría que ella mentía. Que se había colado en su despacho.

CAZADORES DE DEMONIOSWhere stories live. Discover now