28 | El reporte policial

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A las diez treinta y nueve del viernes, nueve de diciembre, Moon Hai había entrado por última vez al dormitorio de Eskander Roman. Él ya estaba acostado, puesto que se sentía cansado e irritable, igual que ella, aunque no habían discutido recientemente. Suponiendo que se debía al frío y al esfuerzo que quizás Eskander había estado haciendo, Moon se aseguró de arroparlo y conectar el pequeño radiador a la pared.

Eskander temblaba de frío, pero Moon no le dio tanta importancia como debió:

"—Estaba muy delgado y se enfermaba rápido; por eso, intentaba cubrirlo con suficiente ropa. Pero no tenía fiebre, sino solo frío, porque apenas podía mover el cuerpo para entrar en calor."

En cuanto ella avisó que se iría, Eskander la llamó una última vez y le preguntó si podía besarlo. Confundida, Moon se detuvo bajo el marco de la puerta. Ellos nunca se habían besado en los labios, ni siquiera el día de su boda, porque ninguno de ellos apreciaba el contacto físico.

Moon dio un paso hacia él.

—Pero no te gusta que te besen.

—Me da miedo que un día no pueda sentir los labios —respondió él—. Nunca sabré qué se siente que te bese alguien que te quiere.

De modo que Moon se dirigió a la cama, se inclinó y, sujetándose el largo cabello negro, posó sus carnosos labios sobre los de él con delicadeza. Cerraron los ojos a la vez, casi mecánicamente. No fue nada más que un suave roce, pero cuando Moon se incorporó, lo vio sonreír.

—Se siente bonito —había dicho él.

A las diez cuarenta y ocho, Moon Hai abandonó el apartamento. Pese a sentirse cansada y desanimada, se decidió a caminar hasta el club donde sabía que estarían sus amigas, como todos los fines de semana. Desde que Damon Barret los había visitado en septiembre, Moon había mantenido su palabra de salir únicamente los viernes y sábados por la noche.

Intentaba regresar a casa antes de las cuatro de la mañana y mantenía su bolso cerca de sí en caso de que Eskander necesitara algo. Por eso, también limitaba su ingesta de alcohol, en caso de que necesitara salir corriendo debido a una emergencia.

Nunca había pasado, pero esa noche, a la una y doce de la madrugada, recibió una alerta.

Tardó treinta segundos en reaccionar.

Eskander, el teléfono, el mensaje de SOS.

Sus piernas reaccionaron al fin: agarró su bolso y corrió a su máxima velocidad hacia la puerta. Ignoró los tacones, el frío y el hecho de que había olvidado su jersey en el interior para atravesar la calle. Ni siquiera pensó en pedirle ayuda a alguna de sus amigas o a Joan, su vecino, para que la acercaran a su edificio.

Realizó cinco llamadas a los servicios de emergencia en el espacio de cuatro minutos, pero las líneas estaban ocupadas.

Entendió por qué a la una y veintinueve de la madrugada: una nube negra, densa y espesa como nunca había visto una antes, envolvía el edificio y subía hasta el cielo. Vio camiones de bomberos, coches de policía y ambulancias acotar la calle, tantos que no pudo contarlos.

A partir de ese momento empezó la confusión.

Vio gente evacuar el edificio; oyó sirenas y radios. Las paredes ya estaban quemadas, pese a que la manguera seguía bañándolas en agua fría a potencia.

Un escalofrío recorrió su columna vertebral de arriba abajo.

Eskander.

Desesperada, comenzó a gritar que su esposo no podía moverse, que debía seguir dentro porque no habría oído la alarma de evacuación, pero su voz se mezclaba con las sirenas de la policía, el llanto y el horror de los que la rodeaban. El caos reinaba en su mente: quizá no debió haber bebido nada aquella noche.

Eskander #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora