Capítulo 21

467 64 4
                                    

«Está oscuro».

«No veo nada».

«¿Por qué no me puedo mover?»

Solamente prensaba eso con pánico mientras miraba a mi alrededor. No sabía donde estaba. Intenté calmarme y conjurar una luz para alumbrar la penumbra, pero no lo conseguí. Algo anulaba mi magia.

Estaba muy nerviosa y no sabía qué hacer. Me sentía muy sola y perdida allí dentro.

Cuando iba a darme por vencida, una tenue luz iluminaba el final de lo que parecía ser un pasadizo. De pronto ya podía mover las piernas. 

Dudé en si ir o no. Pero no tenía opción si quería descubrir qué era aquel lugar y salir de allí. Con cautela avancé hacia aquel destello que me llamaba. 

Cuando llegué al final, había una puerta de madera desgastada. Miré a mi alrededor y luego regresé mi mirada a la entrada. Esta se abrió con un quejido frente a mí y yo di un paso hacia atrás por precaución. 

No me daba buena espina. 

Caminé despacio y atravesé la puerta. Al otro lado había mucha niebla y a penas podía ver nada más que el vapor blanquecino. 

Oí como la puerta se cerraba tras de mí. Ya no podría regresar.

—Por fin llegas. Te estaba esperando.

Me sobresalté al oír aquella voz. Una voz que se me hacía conocida.

—Ven aquí.

No me moví de mi sitio. No quería ir. Cada vez que escuchaba aquella voz, me daba entre coraje y miedo. 

—No cambiarás, ¿verdad? Tan mal educada como siempre —sentí que mis piernas se movían sin mi consentimiento y me arrastraban hacia adelante. Intenté detenerlas, pero no me respondían. 

De repente aquella neblina se iba disipando, dejando ver un edificio abandonado. Un edificio que reconocí al instante. Me acerqué a la entrada, aún sin poder dictar mis movimientos. Al entrar recorrí los pasillos oscuros, llegando a un despacho bastante desgastado. 

Allí estaba. Parecía que nunca se hubiera movido de aquel maldito asiento.

La señora Evans me miraba condescendientemente mientras tomaba su taza de té. 

—Hola, señorita White.

—¿Qué hace usted aquí? —le pregunté sin rodeos. Chistó ante mi tono.

—¿Así es cómo saludas a los viejos conocidos? Solo quería hablar contigo.

—No tengo nada que hablar con usted —cuando volví a sentir que mis piernas reaccionaban intenté salir de allí, pero la puerta se cerró en mis narices. Giré para confrontarla de nuevo. 

—Pero yo sí tengo algo que decir. Haz el favor de sentarte —al ver que no me moví ni un centímetro, con un gesto de su mano sacó la silla que había junto a la entrada e hizo que tomara asiento a la fuerza.

«¿Magia?» —estaba muy confundida. Dudaba bastante que aquella señora tuviera un don así. 

—¿Por qué me ha traído aquí?

—Pensaba que querrías volver a tu hogar.

—Este no es mi hogar —contesté secamente.

—Claro que lo es. Te has criado aquí. 

—Por muchos años que haya estado aquí, no se le puede llamar hogar a un lugar en el que a nadie le importas —hablé molesta. —No asuma cosas de mí que desconoce, señora. Ya no soy la niña asustadiza que se crió en este infierno. 

—Vaya, eres como las serpientes, ¿no? Atacas con veneno.

—Solo cuando me provocan —apreté los dientes con rabia. —Quiero irme, déjeme marchar. 

—Aquí no tienes poder para exigir, querida. Por muy hechicera que seas.

La observé detenidamente. Ella no tenía posibilidad de saber esa información. 

—¿Cómo sabe usted eso?

—¿El qué? —dijo inocentemente.

—No se haga la santa conmigo, la conozco muy bien y a mí no me engaña. Respóndame, ¿cómo sabe eso?

—Estamos en un sueño, eso es irrelevante. Aquí lo racional no funciona. 

—Pero es mi sueño, ¿no? Se supone que yo tengo el control —giré la cabeza un poco.

—No sé a dónde quieres llegar.

—¿Qué lleva ese té? No recuerdo que usted tuviera tanta paciencia. 

—La gente puede cambiar. 

—No. No lo hace. Y usted no es quien dice ser. 

—¿Pero qué dices? Estás desvariando.

—¿Sabe? La señora Evans no habría tardado ni medio minuto en echarme en cara lo poco agradecida que he sido con ella y lo grosera que soy. No me tenía mucho aprecio y yo a ella tampoco. Dudo mucho que en mis sueños la recreara tan apacible —miré a la persona que había frente a mí, escéptica. 

Sonrió con una mueca que quería ser simpática pero salió algo mil veces más siniestro. 

—Chica lista —su voz adoptó un tono más grave. Se asemejaba a la voz de un hombre.

La supuesta señora Evans desapareció dejando tan solo polvo anaranjado en su sitio. Ya tenía control de mis extremidades. Las paredes empezaron a crujir y todo daba vueltas.

Tenía que salir de allí, de lo contrario, no sabía qué iba a pasar conmigo. Rodé por el suelo, evitando que los muebles cayeran encima de mí, impactando en la silla. 

Daba tumbos de pared en pared y la sala se hacía más pequeña. Conseguí abrir la puerta, y corrí por los pasillos para luego subir las escaleras con rapidez. 

Cada escalón que subía sentía que se derrumbaba con rapidez segundos después de pisarlo. Abrí atropelladamente la puerta de la azotea. Todo a mi alrededor se derrumbaba. No había salida. Sin regreso ni posibilidad de avanzar, hasta que me percaté de que había otra puerta. Estaba al otro lado de la azotea y mantenía alejada a la neblina, parecía repelerla. Era de color naranja brillante, muy diferente a la que había abierto anteriormente. 

No me lo pensé, corrí deprisa hacia ella. Seguía escuchando como todo se hacía añicos, pronto no quedaría nada. 

«Ya casi estoy...»

Me aferré al pomo circular, lo abrí con rapidez y me dejé caer e su interior. Estaba en caída libre.

Y de pronto, se hizo el silencio. 

















𝐓𝐡𝐞 𝐌𝐚𝐠𝐢𝐜 𝐈𝐧 𝐘𝐨𝐮 || 𝐃𝐫. 𝐒𝐭𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞 𝐱 𝐎𝐜 ||Where stories live. Discover now