Parte 4

3 2 0
                                    

—¿Segura que quieres hacer esto? —preguntó Miriam. No la miré, solo pasé la mirada por el empolvado sitio que recién, después de dos años, volvía a pisar—. Es tu casa, nena, todos sus recuerdos están aquí.

—No puedo vivir de recuerdos, menos cuando duelen tanto —musité mientras empuñaba las manos. Este lugar tenía un dulce y asfixiante aroma. Olía a añoranza y ausencia.

—Pero es su casa, tú casa, ustedes la diseñaron, decoraron y eligieron los muebles. Esto es lo que es su vida.

—Esto es lo que fue nuestra vida, una vida que no va a volver. No necesito cosas que me hagan daño, en mi corazón hay suficientes.

—¿No quieres pensarlo un poco más?

—No quiero. La casa es ahora mi única atadura con este sitio, no voy a volver a esta ciudad una vez que me vuelva a Londres.

—¿Vas a dejarlo todo?

—¿Todo?, yo siento como que no tengo nada. Lo lamento, pero no hay vuelta atrás. Yo no podría vivir cargando todo esto. Es muy doloroso volver a un sitio donde, de nosotros, solo quedo yo. Me mantendré lejos para poder vivir, estar cerca de algo que no está me mata.

—¿No vas a llevarte nada, ni el piano?

Cuando Miriam mencionó el piano mi cuerpo se estremeció. En dos años no había siquiera pensado en eso, ni siquiera había intentado escuchar alguna melodía de ese hermoso y doloroso instrumento, que en cada nota susurraba todo lo que yo había perdido, aumentando mi pena.

Negué con la cabeza, justo ahora el llanto estaba atorado en mi garganta, no podía pronunciar ni una sola palabra.

»Fue lo primero que compraron después de que la casa estuvo lista, era su bebé ¿recuerdas?

Como si pudiera olvidarlo. En esa casa nada dolía más que el hermoso piano de cola en color chocolate.

»Te dejaré un rato, piénsalo ¿sí?

Miriam salió de la sala, dejándome frente a algo casi tan terrorífico como la urna de un ser amado. El piano que nos había acompañado en tantas melodías como habíamos adorado interpretar.

—River flows in you —canturreé entrando a la sala donde Tavo tocaba.

—Tú favorita —dijo y besó mi frente al sentir que me recargaba en su hombro.

Sin darme cuenta mis dedos comenzaron a tocar esa melodía que en serio era mi favorita.

Una melodía a cuatro manos, se sentía como si estuviéramos creando lo más perfecto del mundo, música.

—Podría escucharla toda la vida —dije sonriendo al que sonreía—. Quiero tocar toda mi vida a tu lado.

—Así será... lo prometo.

—Mentiroso —bufé, sintiendo como mi cuerpo temblaba, incontenible—. ¡Dijiste que podría tocar a tu lado toda mi vida!

Estaba dolida, siempre lo estuve. A ratos lo amaba, a ratos lo odiaba, pero siempre lo extrañaba, siempre me dolía, siempre deseaba que las cosas no hubieran sido como fueron. Pero no había manera de cambiarlas.

Tomé con fuerza el bate que siempre estuvo detrás de la puerta, un bate que Octavio compró para no utilizar jamás. Mi hombre no era hombre de deportes. Empuñé ese palo de madera y, con todo el dolor y el odio que estaba cargando, arremetí contra el instrumento de cuerdas y madera, que al final terminaría siendo lastimosos pedazos, justo como yo lo era.

Golpe tras golpe grité mi furia, golpe tras golpe lloré mi dolor, golpe tras golpe liberé todo lo que sentía. De alguna forma se sentía como que estaba terminando con todo, y terminar con todo era lo que necesitaba para seguir. Estaba segura de que romper lazos me ayudaría a curar mis heridas, así que necesitaba acabar con todo lo que me dolía.

—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó Miriam, aterrada por lo que veía. A mí hecha un fiasco aún mayor, destrozando el piano. Aunque lo que en realidad pretendía era destrozar los pocos pedazos que quedaban de mi vida—. ¿Estás loca?

—¡Sí —grité—. Estoy loca de dolor. La ausencia me enloquece, la soledad me enloquece, la vida me enloquece!... Estoy loca... loca —terminé susurrando, hincada en el piso, solo mirando trozos de algo que no volvería a ser igual, ni a funcionar. Igual que mi vida.

*

—Sabes mami, la abuela tiene la foto de un piano hecho pedazos en la sala. Es enorme, casi del tamaño de la pared. Tío Varo dice que se llama "Vida" pero no lo entiendo. ¿Por qué un piano destrozado es vida?

—Pues porque hay vidas tan destrozadas como ese piano en la pared de tu abuela —expliqué al pequeño de siete años sentado en el asiento del copiloto que volvería a casa conmigo después de pasar una semana en la casa de la señora Dalia—. ¿Tu abuela está muy enojada?

—Mucho. Dice que no puede creer que fueras tan egoísta como para no decirle nada de mí en casi ocho años. Mami ¿eres egoísta?

—Mucho —aseguré—. Hago lo que sea necesario por protegerme. La familia de tu papá es algo que me dolía mucho, por eso no hablé con ellos de ti, ni de nada.

—Tú eres muy buena mami. La abuela también, pero ella a veces lloraba cuando me veía. Es raro.

—Bueno, creo que es normal que llorara. Eres el recuerdo de algo que no podemos tener más.

—¿Y tú por qué no lloras?

—Porque ya me acostumbré a vivir contigo —dije. Sin mencionar que a veces, cuando las fechas significativas llegaban, lloraba sin que mi pequeño Tavo se diera cuenta.

—No entiendo nada —indicó, volviendo la mirada al teléfono donde jugaba a algún raro juego de hielo.

—No es necesario —aseguré. Sonriendo al mirar lo que más amaba en la vida, el hijo del amor de mi vida, uno que, por egoísta, recién conocía a la familia de un padre que no tenía, que había guardado siete años solo para mí y que, jamás en su vida, tocaría un piano.

—FIN—

LO QUE CUBRE EL SILENCIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora