Parte 1

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—Es un tumor cerebral —indicó el médico mientras señalaba a la radiografía en la pantalla luminosa de su consultorio—. Está instaurado en el lóbulo frontal, y está presionando la corteza premotora, por eso no puede controlar sus movimientos.

—¿Qué tan malo es? —preguntó Tavo, mientras presionaba con un poco de fuerza la mano que sostenía.

—Bueno —habló el hombre de bata—, tendríamos que hacer algunos estudios más, pero, por la velocidad en que han progresados los síntomas, diría que bastante malo.

"Bastante malo" dijo él. Eso sonaba alarmante, y aun así Melisa no creía que alcanzara a describir la condición médica de su esposo.

—¿Es operable? —preguntó Octavio con la voz ronca, y el hueco en el estómago de ella se hizo más grande cuando el médico dio su respuesta.

—Probablemente, pero sería riesgoso. Primero necesito conocer la condición exacta..., hagamos los estudios —pidió él y Octavio asintió.

Después de recibir la cita para los nuevos estudios, Tavo y Melisa caminaron a casa, aunque más bien parecía que él la arrastraba. Sus fuerzas eran casi nulas, le costaba caminar.

—Voy a estar bien —aseguró con una sonrisa el hombre cuando entraron a su hogar—. Soy un hombre fuerte, y tu esposo. Te sobreviví a ti, un tumor no me asusta.

—Yo estoy muy asustada —informó Melisa entrecortado, con los labios temblorosos y los ojos llenos de lágrimas.

Los síntomas no tenían tan poco tiempo, en realidad, pero pensaron que era cansancio y despistes todos esos accidentes que protagonizaba el hombre, eso fue hasta que, mientras caminaba, sin chocar con nada, cayó al suelo y no logró levantarse de nuevo por algunos minutos.

—Voy a estar bien —prometió él besando las manos de la mujer de su vida, sonriendo tan hermosamente que a ella le costó trabajo no sonreír también.

*

Sus dedos seguían acariciando las teclas del piano, y sus ojos no se apartaban de la puerta de entrada al auditorio donde se presentaba.

Dos días antes habían firmado el permiso para que Octavio asistiera a la presentación. Aunque llegaría tarde, pues ese día le harían más estudios para la operación que se aproximaba, él prometió que estaría ahí, pero el tiempo pasaba y él seguía sin aparecer.

Buscó con la mirada a Miriam, su mejor amiga, y la vio sonreírle con un poco de pesar. Segundos antes la chica en el palco también había estado mirando a la puerta, aguardando a quien se supone ocuparía el lugar vacío contiguo a ella.

Melisa sonrió un poco, y volvió la mirada a la partitura sobre el piano mientras continuaba dejando que sus dedos marcaran las notas que el público quería escuchar.

De pronto la iluminación del auditorio cambió, la entrada principal se había abierto, y la mujer en el estrado sintió su corazón detenerse cuando se encontró a Miriam colgada de la manija de la puerta mientras miraba con asombro el celular en su otra mano.

Sus manos temblaron mientras su corazón se despedazaba, y sus dedos que vacilaban no atinaron ninguna nota más. Su mejor amiga, llorando al teléfono, solo podía significar una cosa, y esa cosa la estaba matando.

El barullo de las personas desapareció, a ellos no les interesaba conjeturar la razón de que la favorita a ganar ese concurso de piano fallara una a una todas las notas, ellos solo pretendían no perder detalle de ella y enterarse de a dónde iba después de dejar el piano.

—Lo lamento —susurró Miriam sin dejar de llorar, aferrando su teléfono celular a su cuerpo, como si supiera que, al soltarlo, caería en ese vacío y frío pozo al que Melisa caía—. Lo lamento —dijo de nuevo y el rostro de la pianista se empapó en un doloroso llanto que intentaba sacar todos los sentimientos que estaba cargando.

Negó con la cabeza, negó con mucha fuerza. No quería creerlo, no podía aceptarlo. Debía desmentirlo, así que corrió hasta el estacionamiento para llegar a su coche y dirigirse al hospital donde, aparentemente, su amigo de la infancia, su mejor amigo de toda la vida, su cómplice de aventuras, su compañero musical y amado esposo yacía muerto.

El camino fue un infierno, parecía tan largo que temía no poder llegar nunca. Aunque eso le daba un poco de seguridad, así no confirmaría eso que saber la mataría.

A unas calles del hospital el tráfico se hizo pesado, impidiéndole avanzar, por eso dejó el auto allí, a mitad de una caótica avenida, encendido y obstruyendo el paso. Aunque no hubiese paso, en realidad.

Corrió escuchando pitidos de algunas personas desesperadas, ansiosas de salir del caluroso y aburrido camino, ansiosas por llegar a sus casas y descansar, ansiosas por ver a su familia o tal vez la televisión, por alcanzar todas esas cosas banales que quizá también querría ella si no estuviera en la situación en que se encontraba.

Llegó al hospital, jadeando, sintiendo como su alma pretendía escapar de su cuerpo sin lograr más que adolecerla. Corrió a la habitación donde se supone debería estar su esposo, pero él no estaba allí.

Se quedó helada, no podía pensar en nada, así que no sabía a dónde debía ir. Pero no necesitó moverse del lugar, su suegro apareció en la entrada de la habitación con su teléfono en la mano.

—Creí que te tomaría más tiempo llegar —dijo con la voz entrecortada el hombre de avanzada edad—. Miriam dijo que saliste disparada, no le diste tiempo de venir contigo.

—¿Qué pasó? —preguntó Melisa ansiosa, llorosa, dolorida y agobiada.

—Estaban realizando los estudios, sus pulmones y corazón dejaron de funcionar correctamente, tuvo un paro cardiaco y un respiratorio al mismo tiempo. No podían esperar más, el tumor ha crecido demasiado, necesitaba ser removido inmediatamente, así que entró al quirófano y... no resistió.

"No resistió" dos increíbles palabras, dos pequeñas palabras, dos palabras que ni siquiera alcanzaban un significado por sí mismas al estar solas, estaban desgarrando su corazón.

—Ese no era el plan —musitó Melisa dejándome caer en esa cama ahora vacía, una cama que su esposo había utilizado cerca de tres meses—. Hoy se harían los estudios y luego iría a verme al recital, la operación sería en dos o tres semanas y, luego de la recuperación, tendríamos una vida normal y feliz... ese era el plan.

—Lo lamento —dijo el señor Octavio, adentrándose en la habitación, acercándose a ella para darle un abrazo que le diera consuelo.

Pero ella no necesitaba consuelo, ella necesitaba a su esposo, y él estaba muerto.


LO QUE CUBRE EL SILENCIOWhere stories live. Discover now