Suplente

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Evelin

¿Qué es ese ruido tan molesto? Suena como...

¡Carajo, mi despertador!

Abro los ojos exaltada y apago el aparato notando que no lleva ni un minuto sonando, suspiro con alivio y pereza. Dejo el teléfono en la mesilla para luego estirarme en la cama, bajo los pies de la misma y me levanto para entrar al baño.

Hago mis necesidades, lavo mis dientes y como me desperté con facilidad, haciendo que tenga tiempo suficiente, me doy una ducha.

Me seco y busco en mi armario unos jeans azules; un top blanco; un suéter fino del mismo azul de los jeans y mis zapatillas favoritas. Me coloco la ropa interior y procedo con el resto de las prendas.

Peino mi cabello haciendo una cola alta con dos mechones rizados sueltos al frente, me maquillo con máscara de pestañas y un brillo labial. Tomo mi bolso pequeño color blanco y meto en él mi teléfono, unos audífonos, algo de dinero, mi tarjeta junto a mi identificación.

Me coloco perfume antes de salir de la habitación encontrándome a Anne desayunando en la isla de la cocina.

—Buenos días, Anne— beso su cabello y paso a servirme una taza de café.

—Buenos días, Eve ¿dormiste bien? — me mira unos segundos, regalándome una sonrisa, para luego volver la vista a su teléfono en sus manos.

—Si ¿y tú? — le doy un sorbo a mi café y meto pan a la tostadora.

—También ¿hoy trabajas hasta las seis? —la tostadora suena cuando el pan está listo y lo saco colocándolo en un plato para sentarme junto a Anne.

—No, hoy salgo a las tres. Por cierto, voy a aprovechar para buscar entre nuestras antiguas compañeras de universidad a ver quién me puede cubrir en la librería por el verano — comento untando mi pan con mantequilla y dándole una mordida.

—Supongo que yo debería hacer lo mismo con mi puesto en el restaurante, aunque si me despiden no me quejaría—habla terminando su desayuno.

Anne no ha tenido mucha suerte con los trabajos, se consigue unos jefes muy complicados y pues a ella no le gusta ningún trabajo tampoco.

—¿Y de qué trabajarías?

—Tú me mantienes — sonríe angelicalmente y me río antes de tomar más de mi café.

—Claro, puedo decirle a mi Daddy que te ayude. Lo podemos compartir — ironizo terminando de comer y llevando el plato al fregadero para lavarlo.

—Ay, sí. Es una excelente idea— me sigue.

—Ya en serio, ¿de qué te gustaría trabajar? — interrogo secándome las manos.

—Sinceramente, de modelo— responde y veo su mirada brilla con ilusión.

—¿Y por qué no lo has intentado? — cuestiono retocando mi brillo labial usando de espejo mi teléfono.

—Porque eso no es fácil y necesitaba dinero rápido.

—Pues inténtalo, puedo mantenerte un rato— la molesto con la última parte y su risa emocionada me hace sonreír.

—Eres la mejor, te amo demasiado— me abraza con fuerza, la abrazo de vuelta.

—Yo igual te amo, Anne. Ahora debo irme— beso su cabeza, soy unos centímetros más alta que ella.

PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora