¡Hay una isla!

20 2 0
                                    


Evelin

Me duele el cuello ¿Qué fue lo que...?

Ay no, creí que todo había sido un sueño, ojalá así hubiese sido. En cambio, estoy en una balsa con Malcom Ragni en medio de la nada. Y para colmo él sigue dormido como si disfrutará de la cómoda cama de su suite.

Respiro profundo, no ganaré nada con enojarme.

Recuerdo que ayer estaba vomitando y lo miro a ver si está bien, su piel tiene un color normal y respira con tranquilidad así que supongo que lo está.

Aprovecho que está dormido para perderme en su belleza. Sus largas pestañas descansan en sus mejillas haciéndolo ver tierno ya que éstas están sonrojadas, tiene los labios separados y de un color rosado muy tentador. Trae puesta una camisa verde agua junto a unos shorts blancos, su cabello negro está despeinado en todas direcciones. Si antes era guapo ahora lo es diez veces más.

Dios mío, si querías juntarme con este hombre, al menos nos hubieses dejando en tierra firme, preferiblemente en el hotel.

Su ceño se frunce y empieza a removerse, con lentitud le doy la espalda fingiendo dormir. Lo escucho gruñir con malestar antes de que su cuerpo pegue un brinco y suelte una maldición.

Que bien se escucha su voz al despertar.

Jodidas hormonas.

Casi me sobresalto, de no ser porque estaba alerta, cuando su mano toca mi brazo, supongo que tratando de despertarme.

—Niña— me sacude suavemente.

¿Niña? ¿Cuántos años cree que tengo? Tampoco hay tanta diferencia, tres años. La sensación de que no me recuerda es amarga.

—Niña, despierta—continúa y me rehúso a dejarle saber que desperté.

Mi mal humor volvió, si es que se fue en algún momento, y no quiero hablar con el causante de que estemos aquí.

—Niña, despierta joder— me zarandea de un modo que no me queda otra que despertar.

Me giro y abro los ojos enfocándolo, se queda en silencio mirándome. Tanto alboroto para que despertara y no me habla.

—¿Qué quieres? —cuestiono con voz calmada.

—¿Como que qué quiero? ¿Ya viste dónde estamos? — su tono es severo, como si me estuviera regañando.

—Sí, ya vi y es por tu culpa — me siento en la balsa acomodando mi cabello más por hacer algo que porque me preocupe cómo se ve.

— ¿Mi culpa? — se indigna y ruedo los ojos.

—Sí, de no ser porque desataste la cuerda que nos mantenía junto al yate, no estaríamos aquí —me mantengo en fingida calma, si me altero soy capaz de sacarlo de la balsa.

O lanzarme yo, ya que no puedo con él.

—Si no te hubieras lanzado detrás de mí, no estarías aquí. En su lugar estarías avisando que me caí —en lo último tiene razón, pero no lo admitiré en voz alta.

— ¿Seguirás con eso? —interrogo cansada de que me diga lo mismo —¿Es tu única defensa? —rueda los ojos y se concentra en mirar a nuestro alrededor, ignorándome.

¡Ignorándome!

Bien, si así quiere que sean las cosas.

Imito su gesto perdiendo la mirada en los alrededores y suspiro cuando no veo más que agua. Agua por la derecha, agua por la izquierda, agua por todos lados. Me dejo los pulmones en otro suspiro y me vuelvo a acostar en la balsa.

PerdidosМесто, где живут истории. Откройте их для себя