Capítulo XVII

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Narra Eärendur

Posteriormente de haber salido del bosque de Fangorn Gandalf silbó al aire, como si estuviera llamando a alguien o algo. Su silbido era como pequeñas rachas de viento movidas por notas musicales perfectas, relajantes y llenas de vida.

Entonces escuchamos el rechinar de un caballo, y eso mismo surgió del fondo: un caballo blanco como las estrellas más brillantes rodeadas por oleadas de oscuridad, con solo pequeños resquicios oscuros en sus ojos y parte de la boca. Era un animal majestuoso, brillante, único, dándome cuenta de que tipo de raza era en específico dentro de todos los purasangre.

Legolas: Es uno de los mearas, si mis ojos no me engañan por un hechizo. Dijo Legolas mientras contemplaba al majestuoso corcel acercarse a nosotros, con una aura de gran poder, capaz de dirigir manadas enteras de sus congéneres sin problemas.

Al presenciar al increíble caballo ante nuestros ojos recordé algo que llegó a los confines de mi mente, un recuerdo que tenía retenido entre muchos otros. Fue cuando hacía ya varios años atrás mi figura de hermano me regaló un corcel parecido, pero completamente distinto al que presenciaban mis ojos. Se trataba de un purasangre de pelaje oscuro como la noche más oscura, una que nadie había presenciado, o había vivido para contarla, con unos ojos rojos sangre, radiantes como llamas, y una crin llameante. Su caminar era imponente, orgulloso y majestuoso como el que teníamos delante, desprendiendo una aura de poder y respeto por donde pasaba.

Eärendur: (Othar). Pensé en mi cabeza con una sonrisa pequeña surgiendo en mis labios mientras recordaba estar paseando a lomos de tal corcel por los desérticos y yermos paramos de Mordor. De alguna manera que todavía no entendía él nunca se asustaba ante nada, ni siquiera los huargos en manada lo atemorizaban, todo lo contrario, los confrontaba lanzando poderosos y atemorizantes rechinares al aire, que se perdían por las rachas del viento, disminuyendo su poder lentamente. – (Me hubiera encantado traerte conmigo, seguramente estas tierras te sentirías finalmente en casa) -. Divague en mi mente, porque siempre pensé que Othar no pertenecía a los oscuros dominios de mi padre, sino a lugares como Rohan, unos pastos verdes extensos donde podría correr tranquilamente, con el viento golpeando su rostro y no deteniéndolo en su noble cabalgar.

Gandalf: Sombragrís, el señor de todos los caballos, que se ha enfrentado conmigo a múltiples peligros. Nos presentó a Sombragrís mientras lo acariciaba con gran cariño, demostrando el aprecio que tenía por tal increíble caballo.

Entonces el señor de los caballos dio un relincho al aire, como si estuviera ordenando algo, y otro corcel surgió del fondo, uno que reconocí directamente; tal fue la emoción que sentí que salí disparado loma abajo para poder tocar su oscura piel y poder volver a sentir la sensación de su crin entre mis dedos.

El andar de Othar se escuchó aumentar, deteniéndose momentáneamente en cuando estuve cerca de él. Cuando se detuvo no faltó mucho tiempo hasta que mis brazos cruzaron su regio y poderoso cuello, sintiendo enseguida la calor que desprendía mi querido compañero.

Eärendur: Ha pasado mucho tiempo, amigo mío. Dije mientras sentía como su cabeza golpeaba cariñosamente la mía. – También te he echado de menos. Te aseguro que no te dejaré solo de nuevo. Siempre hemos estado juntos, nunca más nos separaremos.

Rápidamente lo guie hasta donde estaban el resto de lo que quedaba de la Compañía, mientras por todo el trayecto no se me pudo quitar la sonrisa que tenía en mi rostro. Los pocos buenos recuerdos que tenía en mi hogar florecieron como nunca antes los había sentido, más vivos, más reales.

Seguidamente nos pusimos en marcha y nos dirigimos hacia Edoras, la capital de Rohan, pero nos detuvimos durante la noche para llegar por la mañana. La noche era oscura, con las estrellas rugiendo en el firmamento queriendo ser vistas por las distintas razas, no obstante la nube de oscuridad y fuego que mi padre había instalado en Mordor se podía observar a tantas leguas de distancia. Era como una fogata que iluminaba de malos pensamientos y horrores el mundo de los hombres. Un mal que tenía que ser detenido antes que expandiese sus garras en el occidente.

HIJO DE SAURONWhere stories live. Discover now