Celeste clavó el codo en el costado de su marido y este protesto alegando que tenía en brazos al pequeño Leonardo, algo a lo que ella no hizo ni caso.

—Hablaré con papá, es el único capaz de contenerla —dijo finalmente mi hermana.

—Si la contiene como lo hizo con lo del club de fans, estamos vendidas —suspiré sabiendo que aquello sería una batalla perdida.

—Bueno, tan malo no puede ser...¿verdad? —exclamó como si quisiera hallar esperanza en mi para su tranquilidad.

—Que va... —ironicé—, solo contará la historia que dice siempre de tus ojos celestes, que le escribías cartas de amor secretas a Nick Carter de los Backstreet Boys o que te mordías las uñas de los pies con catorce años, pero tampoco es para tanto.

—Estamos jodidas —soltó Celeste llevándose las manos a la cabeza.

—¿Cartas de amor secretas? —exclamó Bohdan con sorpresa y una vaga sonrisa.

—Te aseguro que si hubiera sabido que existías te las habría escrito a ti, cariño —contestó dandole un sonoro beso en los labios.

—¿Y tú?, ¿No le escribías cartas de amor secretas a nadie? —oí el susurro en mi oreja al punto que me sacudió desde los pies a la cabeza.

Adoraba cuando me hablaba de ese modo, con sonido ronco, masculino y emanando una sensualidad tan estremecedora.

—Lo hice —confesé, aunque en realidad solo había escrito una y la quemé años después pensando que solo eran confesiones locas de una adolescente descerebrada.

—¿A quien? —preguntó ahora inquieto, como si en el fondo de su ser sintiera una punzada de celos y sonreí ladeando el rostro para verle.

Celeste y Bohdan se alejaron con la excusa de buscar a los niños al estanque y se llevaron a Valentina y Catalina con ellos, eso hizo que Alexandre y yo nos quedáramos a solas con la excepción de Lukas, que aún dormía plácido en mis brazos.

—¿Estás celoso, esposo mío? —agudicé llevando una mano a su rostro para acariciarlo con suavidad.

—No —negó calmado—. Aunque tenía la esperanza de haber sido el primer hombre a quien amaste de verdad.

—Y lo eres —afirmé—. El primero y el único.

—Supongo que un amor adolescente idealizado no cuenta como primer amor —sonrió dulcemente acercándose para rozar mi nariz con la suya.

—Supongo —contesté encogiéndome de hombros.

Pensé que Alexandre lo dejaría estar, que simplemente lo olvidaría y me besaría sin más.

—¿Quién era? —preguntó carcomiéndole la intriga por saber a que persona famosa debí escribir una carta procesándole mi amor.

—¿Importa acaso? —respondí con otra pregunta tratando de rozar sus labios pero no me dejó.

—No —negó—, pero quiero saber quien compitió con tu corazón antes de mi —alegó calmado.

—Está bien —dije haciendo que me mirase a los ojos—. La escribí para ti.

Su reacción fue inesperada, como si no creyera bajo ningún concepto que él fuera el destinatario de aquella carta.

—¿Cuándo? —Fue su única pregunta.

—Después de Copenhague por supuesto —admití—. Estaba deslumbrada y fascinada por el rey Belga, casi me parecía un sueño lo que había sucedido y no podía evitar sentir un mariposeo constante al pensar en ti. Obviamente era consciente de que solo era una ilusión y que ni en mis mejores sueños podrías fijarte en alguien como yo, así que terminé quemando aquella carta y me obligué a no pensar en ti nunca más. Hasta que apareciste de nuevo cinco años después tambaleando mi mundo.

De Plebeya a Reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora