TOMAR PRESTADO

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Aquella carta no estaba en ninguna maldita parte

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Aquella carta no estaba en ninguna maldita parte. Había registrado la habitación del tío de Alexandre minuciosamente, únicamente me faltaba rajar el colchón y desmenuzar su interior, algo que estaba pensando seriamente hacer, pero había rebuscado en cada cajón incluso teniendo que revolver su ropa interior.

Ojalá esa imagen se vaya rápidamente de mi mente, al menos me puse guantes.

Me dejé caer derrotada en la silla que había tras la mesa del despacho que según Eloise utilizaba únicamente su tío y que siempre cerraba con llave. Este hecho me había llevado a pensar que debía estar allí, pero después de revolver cada documento y revisar cientos de libros pensando que podía haber metido aquella carta en cualquiera de ellos, supe que no iba a encontrarla.

Quizá Eloise tuviera razón y la llevaba consigo aunque me hubiera negado a creerlo.

Se agotaba el tiempo, en pocas horas saldría el resultado de la vista en la que si Alexandre tenía razón y nadie mejor que él conocía aquellos procedimientos, desestimarían las pruebas presentadas y antes de que públicamente se supiera el veredicto, estaba segura de que tratarían de coaccionar a Alexandre.

Oí un ruido detrás de la puerta y me escurrí bajo la silla escondiéndome tras la mesa presa del pánico.

Lo último que necesitaba era que alguien me descubriera allí dentro para hacer suposiciones extrañas.

Me quedé escuchando atentamente mientras las voces se alejaban y suspiré, solo cuando percibí que no corría peligro de ser pillada con las manos en la masa o peor aún, que supusieran que tenía una aventura con el supuesto tío del rey.

Me daba hasta escalofríos de solo pensarlo.

Coloqué la mano en el borde de la mesa para alzarme y noté un ligero relieve en el interior, lo suficientemente sutil para haber pasado desapercibido si no fuera por la presión que había ejercido en el esfuerzo. Estaba ligeramente oscuro, así que acerqué el teléfono e iluminé la zona descubriendo de ese modo el dibujo que habían tallado en el tablero de madera.

Era el escudo heráldico belga, había visto demasiadas veces al león de su blasón para identificarlo al instante y se podía apreciar la hendidura para una pequeña llave en la boca de dicho león.

¿De verdad podía ser un compartimento secreto?, ¡Debía serlo!, ¿Por qué sino iba a tener una hendidura el blasón? Ni siquiera se podía apreciar un cajón o alguna parte de la mesa que pudiera abrirse, eso sin contar con que no tenía la llave.

¡Maldita sea mi mala suerte!

Tal vez la carta ni siquiera estuviera allí, pero si no lo habría me pasaría el resto de mi vida pensando que seguramente lo estaba.

No llevaba horquillas, aunque eso de poder abrir cerraduras con una horquilla era leyenda urbana, necesitaba algo puntiagudo y pequeño que pudiera ejercer presión, tal vez encontrara algún clip por la mesa o... me toqué rápidamente las orejas y comprobé que llevaba pendientes, era algo lo suficientemente fino y puntiagudo para que entrara por la hendidura.

Probablemente era una causa perdida y seguramente estaba perdiendo el tiempo en lugar de buscar la llave que abriría aquel maldito compartimento si verdaderamente existía, pero cuando mi teléfono se iluminó con el mensaje de Eloise advirtiendo que su tío vendría directamente hacia su despacho, los sudores fríos comenzaron a recorrer mi cuerpo.

Debería haber salido, debería estar muy lejos de allí porque en cuestión de minutos aquella puerta se abriría y no debía estar dentro, pero en lugar de salir huyendo asegurándome de no dejar nada en el camino, rogué al firmamento entero que aquella maldita cerradura se abriera.

Si fueron los ruegos, mis nervios o el sudor de mis manos que hicieron crearon el movimiento justo mientras manipulaba minuciosamente la punta de mis pendientes creando el ángulo exacto, la cuestión es que escuché un clic en alguna parte de la mesa que resultó mágico.

Me alcé rápidamente y no tarde en visualizar el sobresaliente. La mesa creaba un dibujo tallado que disimulaba completamente aquel compartimento secreto. Levanté el tablero y pude ver varios documentos, talonarios, dinero en efectivo en diversos fajos y en una esquina un sobre que por el tono del papel parecía antiguo. La caligrafía era cuidada y esmerada. Mis manos temblaban mientras me acercaba al sobre rogando porque fuera lo que tanto anhelaba y cuando lo tuve entre mis dedos y le di la vuelta, el nombre de Genoveva apareció ante mis ojos.

La adrenalina hizo reacción, me activó como si me hubiera tomado cuatrocientos cafés de inmediato. Metí el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta que llevaba y cuando estaba por cerrar la tapa, cogí la carpeta con los documentos rápidamente escondiéndola bajo la chaqueta y colocando todo en su lugar o como creía que estaba, abrí la puerta del despacho y salí asegurándome de que no había nadie. Solo en ese momento recordé que debía respirar para que el aire llegase a mis pulmones.

Apenas había dado diez pasos alejándome del despacho de Jacob, cuando él mismo apareció doblando una de las esquinas y pareció algo sorprendido al verme por aquella parte del palacio.

—¿Has vuelto a perderte, querida? —exclamó con evidente sorna y desprecio.

—En absoluto, estoy exactamente donde deseaba estar —respondí sin tratar de detenerme.

—Tal vez sea conveniente que dejes de merodear por el palacio y hagas las maletas, pronto te marcharás, aunque algo me dice que le has cogido el gusto a este lugar, quizá podríamos llegar a un acuerdo si... —Su modo de mirarme me repugnó al punto de darme una verdadera arcada de repulsión pero aferré con fuerza el brazo para que la dichosa carpeta que había cogido en el último momento no se escurriera y me delatara.

Ya podía contener la muy jodida información que metiera a este capullo entre rejas o por lo menos, le enviara a la conchinchina para no volver a verle en lo que resta de vida.

—Pareces muy seguro de la decisión que se tomará en la vista, yo no lo estaría tanto —susurré—, pero puedes estar tranquilo que me irá muy bien lejos de aquí si ese fuera el caso —admití con un deje de sonrisa más falsa que la nariz de Pinocho.

No me había girado completamente, precisamente para que no pudiera ver ningún atisbo de lo que escondía tras la chaqueta, no pareció percibirlo, porque masculló algo que no logré escuchar y prosiguió su camino hacia el despacho del que acababa de salir tan solo unos minutos atrás.

Desconocía cuanto tardaría en notar la falta de documentos en el compartimento secreto que había bajo su mesa, quizá lo hiciera nada más entrar o probablemente esperase al momento oportuno en el que hacer uso de ello, pero por si acaso aceleré el paso lo suficiente para salir de aquella área de palacio lo más rápido posible y fui directamente hacia una pequeña salita de uso personal que me habían asignado y que utilizaba poco debido a la agenda apretada que siempre mantenía desde que toda aquella situación estallase repentinamente.

Cuando me adentré en aquella salita sabiendo que nadie me buscaría allí en primera instancia, cerré la puerta con llave asegurándome de no ser sorprendida con las manos en la masa y solo entonces me dispuse a sacar la carpeta junto a la carta que literalmente había robado del despacho de Jacob.

Quizá robar era un término poco apropiado, tal vez era más adecuado devolver a sus legítimos dueños.

Quizá robar era un término poco apropiado, tal vez era más adecuado devolver a sus legítimos dueños

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De Plebeya a Reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora