🍫Hace Diez Años 🍫

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El día antes del concurso fue una locura. A diferencia de los otros niños, Augusto no tenía dónde pasar la noche. Los hoteles estaban llenos y nadie les quería alquilar una habitación.

Habían considerado dormir en el aeropuerto, pero su madre no estaba dispuesta a morirse de frío en esas duras sillas.

Así que, lo mejor que se le ocurrió a la señora, fue pasearse de hotel en hotel suplicando que les dieran una habitación. A eso se habían dedicado la noche entera.

Hasta que llegaron al otro extremo de la ciudad, lejos de la fábrica y de esa casucha a punto de caerse. Era un hotel de mala reputación, pero al menos tenía algunas habitaciones libres.

Augusto ya estaba demasiado cansado, la caminata lo había dejado agotado. Aprovechó que su mamá estaba distraída para sentarse en uno de los sillones en la recepción. El cuero que lo recubría se estaba cayendo y le faltaba un soporte.

Sinceramente, parecía que todo el edificio se iba a caer.

Su día no estaba yendo cómo esperaba, lo mejor que podía hacer era distraerse. ¿Y qué mejor distracción hay que comer?

Para su suerte, su papá le había empacado algunos chocolates en la maleta, junto con barras energéticas y comida enlatada. Nunca había viajado a los Estados Unidos, era mejor prevenir y llevar más de lo necesario.

Augusto esbozó una sonrisita al sacar la barra más larga de chocolate y abrió el paquete con delicadeza para poder gozar del dulce aroma. El chocolate de avellana era su favorito, aunque también lo era el de almendra y el de pasas, a decir verdad, no había encontrado un chocolate Wonka que no fuese...

¡Plop!

Un sonido, similar al de una burbuja reventando, sonó a su derecha. Eso lo sacó de sus pensamientos.

El niño giró hacia el origen del ruido y, por un segundo, sintió que su corazón dio un salto de miedo: estaba sentado al lado de una niña.

En la escuela, las niñas no eran de acercarse a él, y tampoco los niños. A nadie le gustaba estar a su lado y no tenía idea de por qué.

Él era muy inteligente, muy cumplido y muy obediente. Era un buen chico, al menos eso le decía su mamá. Entonces, ¿por qué siempre se quedaba solo en los recreos? ¿Por qué nadie iba a sus cumpleaños? ¿Por qué lo golpeaban cada vez que salía a la calle?

Aún no lo descifraba, pero tampoco le importaba mucho. A lo largo de su infancia se había acostumbrado a la soledad.

Pero ese día... ¡Dios! ¡Estaba sentado al lado de una niña! ¡Y era una niña bonita!

Era rubia, de piel blanca, con una lluvia de tenues pecas en su diminuta nariz. Tenía un rostro pequeño y en forma de durazno, y unos hermosos ojos verdes que se mezclaban con una chispa de azul.

Era, sin lugar a dudas, la niña más bonita que había visto

"¡Salúdala, vamos!" gritó su voz interior. "¡Di algo!"

Pero no podía. Intentó pronunciar una simple sílaba, sin tener éxito. Los nervios se habían apoderado de su cerebro y no lo dejaban tener control sobre si mismo.

Podía decirle millones de cosas, como hablar del buen clima, o hablar de lo rico que estaba el chocolate, o preguntarle de qué sabor era el chicle que masticaba o...

"Di algo, lo que sea" insistió su voz. "¡DI ALGO YA!"

—Oye, el clima que masticas está chocolate por el sabor buen rico, ¿verdad?

—¿Qué? —indagó ella y arqueó una ceja.

"¡Di algo no tan estúpido, tarado!"

Augusto apretó los labios y abrió los ojos de par en par. Lo había arruinado.

🍫LA FÁBRICA DE CHOCOLATE 🍫|| RETELLINGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora