Si la cama de Ashton superó la mía, la de ese hotel, le daba diez vueltas. Era como dormir en una nube. Cenamos en la habitación, sin saludar a nadie de su familia, y cuando pusimos Netflix... Nos dormimos. En nuestra defensa, el colegio estaba siendo pesado. El estrés se sentía desde profesores a alumnos, él no dejaba de entrenar y estudiar para los exámenes, y de hacerse tiempo para mí. Yo iba a explotar con todo también. Ya nos merecíamos un descanso. 

La fiesta era el sábado a la noche, por lo que no tenía mucho tiempo para acostumbrarme a su familia. Nos levantamos a eso de las diez, y entre que nos vestimos y demás, salimos de la habitación al mediodía. Y allí los conocí.

En el restaurante más caro del lugar, con quince tenedores, catorce cucharas, ocho cuchillos, y cinco copas... Me sentí diminuta. 

Además de Pilar y Gema, había una chiquilla de unos siete años que no dejaba de mirarme con asco. Las hermanas de Michael eran tres, cuál de todas más hipócritas. Fiona, la cumpleañera, me observó desde un lado con curiosidad y una sonrisa burlona mientras yo sudaba al no saber qué maldito cubierto usar. 

Ashton me apretó la rodilla por debajo de la mesa y me hizo una señal para que lo imitara. Así lo hice. Me hubiera gustado que pudiera ir con los otros hombres, aunque me pareciera por demás machista eso de separar mujeres por un lado y hombres por otros, pero no tenía el valor para enfrentar sola a ese nido de víboras.

—¿Lúa? —Gema se inclinó hacia mí —¿Day está bien? Hace días que no me habla.

No tenía idea de que siguieran en contacto. Pero quizás por eso Daymond no había aparecido con novia nueva.

—Es que ha estado un poco ocupado, yo...

—Gema —La voz de su mamá nos hizo alejar. 

«Ni que tuviera la lepra»

Los ojos de la mujer fueron hacía mí. 

—Cuéntanos algo de ti, Lúa. Nos comentó Michael que eres feminista.

Casi volteo los ojos. Giré la cabeza llevando mis ojos a Ashton, exigiendo una explicación ante esto. Él me frunció el ceño, confundido ante mi expresión, y volvió la atención a Rose, la mamá de Gema.

—La verdad...

—A mí esas cosas me parecen de mujeres sin moral —me interrumpió la mamá de Michael.

Una mujer que no podía ni con ella misma, en silla de ruedas, delgada, llena de alhajas de perlas, lentes redondos con armazón dorada y cara de esposa de satán.

Sonreí, ante su interrupción a mis palabras. Las tres mujeres más jóvenes y que parecían imitar el estilo de la vieja, rieron burlonas. Pilar solo estaba embobada en Ashton, justo se sentó frente a él, y Gema suspiró a mi lado. 

—La verdad creo lo mismo. ¿Quién en su sano juicio reclamaría por sus derechos? Es que las mujeres de hoy en día quieren sarna para rascarse —solté, tranquila. 

Volví a sonreír, que fue más bien una mueca, y me metí a la boca la tostada con una miseria de huevo y aguacate. Y seguro que costaba millonadas. 

Ashton rió agachando la cabeza y yo fingí no notar las miradas fastidiosas que me lanzaron las cuatro mujeres.

—¿Tus padres trabajan? —cuestionó la vieja. 

Tuve ganas de llamar al mesero y pedirle de manera cordial si me haría el favor de traerme un vasito con arsénico. 

—Si, obvio que trabajan —intervino Ashton, incómodo. 

Es que se les notaba las ganas de buscarme algún error para hacerme sentir incómoda.

La consejera sexual de Ashton| EN FÍSICOWhere stories live. Discover now