Capitulo XXXII: Perdonar Sana El Alma

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—¿Y adonde lo llevan ahora? —pregunté en un hilo de voz.

—A terapia intensiva, debe estar en observación —me informó.

—¿Y esta fuera de peligro? —seguí interrogando.

—No puedo decir nada, lo siento.

Me pasaron de largo y se lo llevaron fuera de mi vista. Trague grueso y quise golpear algo. Ya estaba perdiendo la paciencia y el control. Tanto dolor no era sano para mi cordura.

Amaneció y me dolía la cabeza horriblemente, el papá de Raell me llamó para saber como había pasado la noche y como pude le expliqué lo que pasó. Vino lo más rápido que pudo y juntos esperamos que el doctor viniera a dar noticias. Se hicieron las siete de la mañana y nada, las ocho y nada, Val llegó a las nueve con Andrea y tuve que contener las lágrimas cuando las vi preocupadas.

—¿Familiares del Joven Raell Figueroa? —por fin apareció el doctor en escena.

Todos salimos a su encuentro.

—Soy su padre —avisó el señor Figueroa.

—¿Todos son familia? —preguntó viéndonos.

—Cómo si lo fuéramos —dijo Val.

—Pues la condición del paciente ha cambiado —continuó el doctor—: su cerebro sufrió un colapso y produjo un paro cardíaco, estuvo apunto de morir pero lo reanimamos.

Cada palabra que salía de su boca era una daga en mi corazón.

—¿Y qué pasará ahora? —pregunté al borde del llanto.

—Debemos tenerlo en terapia intensiva hasta que despierte del coma —siguió diciendo el doctor—, las máquinas lo mantienen con vida, por lo tanto depende de mucho cuidado y un milagro.

No pude seguir escuchando más, me alejé de todos y las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas. La poca esperanza que tenía había desaparecido, no me quedaban más fuerzas y en mi pensamiento solo había un pensamiento: si Raell muere mi vida ya no tiene sentido.

En mi camino hacia afuera del hospital tropecé con alguien, me disculpé y seguí caminando.

—¿Joven Liz? —escuché y me detuve a mirar quien era.

El pastor Elías de la iglesia donde va Raell me sonrió.

—Lo siento, ahora no puedo hablar —dije en un mar de lágrimas.

Seguí mi camino fuera del hospital y llegué al estacionamiento, el sol estaba en su mayor esplendor y me quemó cuando estuve fuera. Así sentía mi pecho, quemándose por dentro.

—¡Liz espera! —oí de nuevo y estaba enojada.

No quería hablar con nadie.

Lo enfrenté fruncida.

—Por favor quiero estar sola —le pedí lo más amable que pude.

—Es lo que quieres, pero no lo que necesitas –dijo y enfurecí más.

¿Y él qué sabe que necesito?

—A Raell sano, eso necesito —dije en cambio, sin saber que ya me estaba desahogando con este señor—. Necesito creer que hay un Dios que me oye y no dejará que le pase nada al único chico que me ha dado alegría.

No pude hablar más, empecé a llorar y soltar todo lo que sentía por dentro. No había dormido nada, estaba cansada, triste, desperanzada y con mi chico peor que antes.

¿Qué más podría pasarme?

Sentí el abrazo de alguien y aunque sabía que era el Señor Elías, era un abrazo diferente. Me quemaba, ardía el dolor en mi corazón y a pesar que no podía estar en pie, tuve fuerzas para mantenerme así.

Arriésgate Liz. Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang