capítulo 6

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Noviembre, 2018

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Noviembre, 2018

Parpadeó una, dos, tres, hasta cinco veces en un segundo. Se frotó los ojos con fuerza, luchando contra el cansancio sin éxito. Iba a quedarse sopa; las letras se solapaban las unas con las otras, las palabras no terminaban de encajar en ese sinsentido y los enunciados eran laberintos interminables. Encima, después de todas esas horas de lectura, ¿qué esperaba encontrar en un grimorio que había resultado ser un libro medicinal? Y no uno sobre contramaldiciones precisamente.

—¿Qué estamos buscando exactamente?

—Maldiciones y contramaldiciones.

«Podrías ser más específico», le habría gustado añadir.

De eso habían pasado ya cinco horas.

Miró de reojo a Daniel, quien seguía con la vista fija en otro tomo.

El corazón se le detuvo un instante cuando sus dedos —delgados e interminables, como serían los de un pianista— acariciaron la página con suavidad. A Bela le costaba una barbaridad aceptar que ahora, de repente, sin explicación lógica, Daniel pudiera tocar determinados objetos. Era cierto que no lo hacía a menudo, según él porque se cansaba el triple, pero era una sorpresa mayúscula, no solo que pudiera hacerlo, sino que ella pudiera presenciarlo.

—Es gracias a ti.

—¿Gracias a mí?

—Eres mi salvación.

«Y mi condena», pero eso ninguno de los dos se atrevió a sugerirlo.

Aún recordaba cómo pasó, con todo lujo de detalles. Estaban practicando la visión y la manipulación de la luz. Ahora le costaba menos reconocer los hilos a su alrededor, apreciar cada matiz y contraste, incluso podía rozarlos sin que desaparecieran ni tuvieran que lidiar con una señora migraña. Ese día probaron un hechizo sencillo, el primero, encender una vela. «La luz está aquí, en la habitación, dale forma, concéntrate». En teoría, ella sabría qué hilos mover inconscientemente. Era más fácil decirlo que hacerlo, pero, al final, después de casi cincuenta intentos, dos cabreos monumentales y un síndrome del impostor con el que solo ella tendría que lidiar, consiguió mover los hilos correctos y la vela se encendió durante unos segundos.

Los suficientes.

Tal fue la sorpresa que se levantó deprisa, se golpeó las rodillas con el borde de la mesa y la vela estuvo a punto de caer sobre los papeles que tenía justo al lado. El desastre habría sido inmediato. No fue así. Daniel la alcanzó a tiempo. El mundo se detuvo para los dos, sus miradas chocaron con fuerza. El pánico se extendió por la habitación, al igual que el miedo, la esperanza y la incertidumbre. Daniel soltó la vela tan rápido que casi pareció que ese milagro no hubiera ocurrido, dejó de ser visible por unos segundos, se emborronó en los bordes y ese día desapareció antes del anochecer, pero sucedió. Y seguía sucediendo. Poco a poco podía hacer más y aguantar más tiempo.

El fuego que consume nuestra almaWhere stories live. Discover now