⚜ CAPÍTULO I: Dulces sueños ⚜

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«El llano está seco, pero, al menos, tenemos nuestras cosechas», suele decir Gerda, mi sabia hermana mayor. En esta temporada, los frutos en Asgard escasean por la falta de lluvia, por eso siempre tomamos nuestras precauciones meses antes, para no morir de hambre.

—Tienes que hacerlo rápido, Hlíf, ¡no seas tonta! —ordenó Bót, la segunda de nosotras.

—Dejen de pelear, debemos terminar la cosecha antes de que nuestro padre regrese a casa —habló Gerda, cortando sus hortalizas con el cuchillo. Yo iba a su lado, con la canasta donde depositaba todo lo que nos serviría para comer después. Me gustaría ayudar a mis hermanas, pero mi padre no me deja usar el cuchillo ni ningún objeto filoso porque siempre dice que "gracias a mi talento para ser inútil" puedo echar todo a perder.

Y tal vez tiene razón. 

No entiendo mucho a mi padre, aunque quisiera hacerlo. Siempre busco obedecerle cuando me da una orden para no desatar su enfado contra mí. A nadie le gustan las reprimendas, especialmente cuando tienes que permanecer encerrada en la habitación de castigo. Allí paso horas sin comer, en completa soledad, hasta que aprenda mi lección. Mis hermanas han estado en esa caseta maloliente un par de veces, para mí ya es casi un hábito.

Mi padre dice que soy muy despistada y que a veces le avergüenzo. Nunca me lleva de paseo, ni a visitar el palacio, nunca me ha enseñado sobre el arte de la guerra y tampoco ha sido tan cariñoso como con mis hermanas. Cuando él está conversando con ellas parece feliz, pero si aparezco yo, su sonrisa se apaga.

A veces siento que no me quiere.

Quizá sea porque no me le parezco. Mis hermanas son pelirrojas, pecosas y tienen los ojos azules y saltones al igual que él; yo, sin embargo, tengo el cabello, las cejas y los ojos oscuros, como la madera de un viejo roble. Gerda y Bót dicen que mi piel es pálida como la de los muertos que nuestro padre derrotaba en las guerras. Ellas se ríen mucho por eso, pero seguro yo lo hago más cuando echo a perder su leche recién ordeñada con una pizca de sal. Es un clásico, casi nunca toman desayuno porque está muy salado.

—Gerda, ¡mira, mira! —susurró Bót a mi hermana, para que volteara a ver una caravana que cruzaba por el camino al lado de nuestras cosechas.

—¡Es Odín!, ¿qué hace aquí? Ellos no suelen salir del palacio... —dijo Gerda.

Dejé la canasta de hortalizas en el suelo y agucé mi mirada un poco para observar mejor. Un carruaje dorado pasó lentamente por nuestro lado, dentro estaba Odín un poco enojado y frente a él dos niños descansaban en un asiento: uno muy rubio, como tocado por el sol; y el otro, de cabello negro, un negro intenso, y pálido, ¡pálido como yo!

Ya no me sentía tan sola en el mundo.

—Thor y Loki, los hijos de Odín —susurró Gerda. Di unos pasitos más adelante para ver el actuar de mis hermanas. Nunca había estado frente a la familia real, pero ellas sí, seguro que podría copiar un poco sus modales. No tardé en darme cuenta de que ambas bajaron la mirada cuando el carruaje pasó frente a nosotras. Di, esta vez, un paso atrás para volver discretamente a mi sitio original, pero mi pie tambaleó un poco al tumbar la canasta con las hortalizas y enviarlas a rodar por el suelo. Me asusté y traté de mantener el equilibrio extendiendo los brazos a mis lados y lo logré. Levanté la mirada y mis ojos se cruzaron con los del niño de cabello negro que ya había soltado una risa burlona por mi torpeza. Avergonzada, bajé la mirada al sentir mis mejillas un tanto calientes.

Una total desgracia.

Entendía más por qué nuestro padre decía que soy muy inútil.

La caravana pasó y pronto estuve de rodillas para recoger lo que había tirado.

MY WEAKNESSWhere stories live. Discover now