TRES MESES DESPUÉS (Cuarta parte)

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Me paro frente a una casa de barrio. Sus paredes están pintadas de un celeste pastel, y el jardín que lo precede, a pesar de ser pequeño, no es escaso en flores y arbustos.

La casa de Roma es una casa como cualquier otra, pero por una extraña razón, a mí no me lo parece. Siento como si me fuera a internar en una casa embrujada o algo parecido, lo digo por la mujer que podría resultar siendo una bruja que quiera asesinarme, o en su defecto, convertirme en sapo.

Tardo bastante en tomar el valor necesario para llamar a la puerta. Cuando lo hago, una niña pequeña es la que me recibe.

Hoda, ¿quién edes? — dice colgándose del picaporte, para llegar a él debe pararse de puntitas.

— Soy el abogado de tu papá — digo, sin saber muy bien cómo presentarme. ¿Debí decir que era un amigo?, no, estaba allí como su abogado, sólo eso — ¿Se encuentra en casa?

— ¡Papi! — llama la niña de repente, al girarse, ocasionando en mí un respingón de sorpresa — ¡Un abodago te busca!

Me rio de manera imperceptible al escucharla decir mi profesión de muy mala forma. No puedo culparla, esa niña no debía tener más de cuatro años. Me tomo este pequeño lapso de tiempo hasta que mi cliente atendía al llamado de su hija para mirarla. Es una niña muy pequeña y delgada, posiblemente mucho más para su edad, su cabello es lacio y negro, todo lo contrario, a Roma, quien lo tiene castaño y ondulado. Sus ojos son cafés, casi negros. Además, tiene un curioso lunar cerca de la boca. Y no puedo hallar en su rostro ni una sola expresión ni ningún rasgo que me recuerde a mi antiguo amigo.

Por la puerta aparece una mujer de cabello rojizo, lleno de tirabuzones. Sus ojos son verdes y resaltan sobre su piel blanca y moteada en pecas. Es la misma chica que salía en el retrato adjuntado al caso. Ella es Dania Mora.

Hago una mueca de extrañeza cuando una idea se forma en mi mente. No, por favor que no sea lo que estoy pensando.

— Oh, tú debes ser el abogado que contrató Roma — dice con algo de desprecio al verme parado en su vereda. Se acerca a mi oído y dice casi en un susurro, pero que logro escuchar a la perfección —. Nunca firmaré esos malditos papeles — y se incorpora de vuelta. Le da un beso rápido a la niña y sale de la casa.

— ¡Adiós, mami! — dice la pequeña y la saluda viéndola marcharse con un bolso colgado al hombro y caminando con la nariz muy alta.

Roma aparece de inmediato detrás de la niña.

— Dania... — intenta llamarla, pero esta lo ignora y sigue su camino — Siento que hayas visto eso, Jeremy — me dice con algo de pena, por la escena armada por su esposa.

— No te preocupes — niego de inmediato, lo que menos quería era ponerlo incómodo.

— Ven, Kiara — dice tomando a la niña de la mano, llevándola con él al interior de la casa de vuelta —. Pasa, Jeremy — y así hago. Me deslizo a través de la puerta y Roma la cierra detrás de mí —. Por aquí — dice guiándome por la casa —, ya que mi esposa salió, podremos hablar tranquilamente. Kiara, ve a jugar a tu habitación.

— Sí, papi — dice esta, deposita un pequeño beso en la mejilla de Roma y se retira corriendo.

— Acomódate, mientras tanto haré café.

Llevado por la curiosidad, paseo un poco por la sala. Mis ojos llegan hasta un armario con varios cuadros. Entre ellos veo a un Roma universitario, entre medio de su ahora mujer y un chico más. Este hombre tenía cabello oscuro y un lunar en el labio.

— Él era mi mejor amigo — dice de repente Roma, acercándose a mí después de depositar dos tazas de café sobre la mesa.

— Él... — no sabía bien si decirlo o no. Pero lo que mis ojos veían parecía una obviedad. Talvez, no debería adelantarme a los hechos por sólo una corazonada — ¿Ya no son amigos? — le pregunto.

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