DIECINUEVE AÑOS (Quinta parte)

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Lea había llorado como niña chiquita al enterarse que me mudaba, incluso se encerró en su habitación y no salió durante toda la mañana.

— Lea, abre — le pedí del otro lado de la puerta.

Esperé por su respuesta, pero nunca llegó. Estaba seguro que se encontraba tirada en su cama, llorando.

— Lea, hablemos.

Estuve por volver a mi habitación cuando escuché el crujir de la madera. Su puerta se abrió lentamente, revelando a una Lea de ojos hinchados.

— Pensé que te gustaba vivir aquí — dijo con la voz media quebrada.

— Sí me gusta, la pasé genial estos meses que me quedé en tu casa. Tú y tu padre fueron muy buenos conmigo.

— ¡Entonces no lo entiendo! — refunfuñó y volvió al interior de su habitación, pero esta vez dejando la puerta abierta. La seguí por detrás y con cuidado — ¿Por qué te vas? — se sentó en su cama y se cruzó de brazos como una niña pequeña haciendo una escena — ¡Ah! — pareció que se hubiera iluminado — Ahora que tienes amigos gays te has olvidado de mí.

— ¿Qué? — era una locura lo que estaba diciendo.

— Ya no soy más tu mejor amiga, ¿verdad? — hizo un puchero y sus ojos se aguaron —. Prefieres al Charly ese, ¡¿verdad?!

No la entendía.

— Creí que Charly te gustaba — le dije, ya que ellos dos se habían llevado bien desde el principio.

— Sí, pero ahora que soy consciente que quiere robarme a mi mejor amigo, ya no me gusta tanto.

Suspiré y caminé hasta ella. Me senté a su lado.

Lea me miró de reojo y la vi fruncir los labios como una niña.

— Nadie está tratando de robarte a tu mejor amigo — le dije.

— No parece.

Reí un poco, no debí, pero su actitud infantil me causó algo de ternura. No sólo sonreí por eso, ver que ella me quería tanto, incluso al punto de odiar que me mudara, calentó mi corazón en una sensación hermosa. Era lindo sentirse querido.

La abracé y ella dejó escapar un par de lágrimas.

— No importa dónde yo esté, siempre seguiré siendo tu mejor amigo.

— Pero, ¿no puedes ser mi mejor amigo en mi casa?

Reí.

— No, Lea. Tienes que entender que no soy tu hermano. Soy un extraño en esta casa.

— ¡No, no lo eres! — se levantó de la cama y me enfrentó.

— Sí, no puedo pretender vivir del dinero de tu padre. Es tu padre, no el mío.

— Jeremy... — dijo con un hilo de voz. Estaba llorando al entender que no había manera que pudiera detenerme.

— Lo agradezco, de verdad, que me hayan recibido. Pero ya soy un adulto, y tengo que valerme por mí mismo, tengo que crecer. ¿Puedes dejarme crecer?

Lea miró hacia el suelo, se rehusaba a dejarme marchar, pero pareció ceder lentamente. Asintió de manera vacilante y yo me levanté para darle un abrazo. Ella lo devolvió enseguida.

— Sólo te dejaré ir si admites que soy la número uno.

Reí.

— ¡Dilo! — insistió y yo no entendí por qué era tan importante para ella, pero si era lo que necesitaba para sentirse segura, lo haría.

— Lo eres. Eres la número uno. Como una hermana sin sangre, la persona más importante que tengo — sí, y lo era, incluso más que mi familia. Después de la muerte de mi madre y de la traición de David, la única que había estado para mí fue ella, Lea, decir que era mi mejor amiga parecía muy poco.

Sentí como Lea me abrazó con fuerza y lloró a mares. Le sobé la espalda y sonreí con cariño.

— Está bien, te dejaré ir — dijo cuando se separó de mí.

— Gracias — le dije y le apreté ambas mejillas, haciendo que pusiera una cara graciosa.

— Pero promete que siempre vendrás a mí cuando vuelvas a sentirte... — Lea no supo bien cómo decirlo.

— ¿...que me hundo? ¿...que me absorbe el infierno?

— ¡Sí!, llámalo como quieras.

— Lo prometo — dije, y en ese momento no supe que estaba mintiendo. No supe que a futuro sería incapaz de depender de ella, a pesar, de que ella se moría por qué lo hiciera, por qué me apoyara en mi mejor amiga. Pero era un idiota orgulloso y ciego, que no era capaz de ver lo que me rodeaba para entender que no estaba solo. Nunca lo estuve.  

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