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Helena Ravenclaw se estaba tomando su tiempo. Claro, después de todo ella ya estaba muerta, no sentía el frío del lugar ni se iba a morir de aburrimiento, ya no tenía nada que perder.

Pero Phoebe y Rabastan sí tenían cosas que perder. Como la guerra, la familia... sus vidas. Phoebe sentía los dedos de sus manos congelados y sus labios estaban morados. Acurrucados contra una esquina, los dos Slytherin intentaban mantener el calor corporal antes de que Helena Ravenclaw los matara de frío.

Habían intentado con todos los hechizos que conocían para calentar el ambiente, pero ninguno parecía funcionar. El lugar seguía igual de frío, e incluso tal vez más que al principio.

La pelirroja alzó la cabeza para mirar al chico detrás de ella, que la abrazaba. Tenía la cabeza apoyada contra la pared y sus ojos estaban cerrados. Sus labios, que temblaban, los tenía igual de morados que ella.

—Rabastan... —balbuceó ella—. No te duermas.

—No estoy dormido.

—Mírame.

Rabastan frunció el ceño, pero Phoebe notó que sus párpados se agitaron unos segundos hasta que finalmente los abrió. La muchacha se acomodó, quedando acostada sobre su pecho y con su rostro en el cuello del chico.

—Vamos a estar bien —murmuró, aunque no sabía si intentaba convencerlo a él o a ella misma.

Sacó su varita de su bolsillo y convirtió un anillo en un frasco, para hacer aparecer una llama de fuego dentro de este. Tomó las manos de Rabastan y las colocó alrededor del objeto, con la intención de calentarlas.

Él se soltó de una mano para colocarla en la nuca de la muchacha, y aunque un escalofrío la recorrió por completo al sentir sus dedos fríos, no se quejó.

Un ruido detrás de ella llamó su atención, haciendo que ella se enderece. El morocho dejó caer su mano hasta la espalda de Phoebe, pero ella lo sacudió al ver la puerta de mármol abriéndose.

—Arriba —ordenó, dejando el frasco de lado. Se deshizo de su agarre con suavidad y se levantó, ayudándose con la pared—. Rabastan, vamos.

Él soltó un quejido, pero se levantó. El frío de la torre había calado en sus huesos, por lo que ambos se sentían débiles. Se ayudaron mutuamente a caminar hasta que llegaron a la salida, donde Phoebe ayudó a Rabastan a pasar la puerta de mármol, pero cuando cuando ella se deshizo de su agarre para que camine solo, Rabastan se dio cuenta de que algo andaba mal y volteó a mirarla.

—¿Qué haces?

—Tengo que quedarme. Aún necesito hablar con Helena —explicó, volteando para entrar a la torre otra vez.

Rabastan la tomó de los brazos, frenándola en seco, y la giró para mirarla sin ser brusco.

—Phoebe, si te quedas ahí más tiempo...

—Rabastan, ella podría ser la única con respuestas —lo interrumpió—. Tú vete. Yo me voy a quedar.

Se deshizo de su agarre y volvió a entrar a la torre. Rabastan la miró. La seguridad de la chica lo tenía al límite. No sabía si enfadarse porque era demasiado terca o simplemente besarla, lo único que sabía por seguro era que lo volvía completamente loco.

Caminó detrás de ella. Helena no iba a dejarlos morir, tal vez los haría sufrir, pero no los dejaría morir. O al menos le gustaba creer eso.

—Son obstinados.

Al oír aquella voz gélida y seca ambos se frenaron. Aún no podían verla, pero no necesitaban hacerlo para saber que Helena no estaba nada feliz con su presencia.

—Me gusta creer que soy perseverante —respondió Phoebe, firme.

Caminó hacia el frasco con la llama de fuego dentro y la hizo desaparecer, pero convertir el frasco en su anillo otra vez. Se lo guardó en el bolsillo, volviendo a su lugar anterior al lado de Rabastan.

—¿No consideras la posibilidad de que tal vez no quiera hablar contigo?

—No la acepto. Me niego a hacerlo.

El silencio volvió a reinar en el lugar. Phoebe le dedicó una mirada a Rabastan que decía muy claramente que no se metiera en la conversación, y la verdad era que él no tenía intenciones de hacerlo.

Del otro lado de la torre, Phoebe vio el fantasma de Helena materializarse. Como todos, era muy pálido y algo transparente, como bidimensional. A Phoebe no le cabía duda de que estando viva Helena había sido una mujer muy bella.

—Soy Phoebe...

—Sé quién eres —la interrumpió la fantasma.

—Entonces sabes a qué vengo.

Helena se tomó un momento para observar bien a los adolescentes. A pesar de que casi los había dejado morir, los chicos ya no se sentían intimidados por ella.

—La respuesta es no —dijo finalmente—. No tendrás la diadema.

—No la quiero para mí.

—La misma excusa le dije a mi mamá cuando se la pedí —soltó la fantasma—. Y solo trajo desgracias a nuestra familia.

Phoebe apretó su mandíbula, sin saber cómo hablarle sin que se enfadara. Ya se había enojado con ella una vez y la verdad era que no quería que volviera a pasar. Se había sentido bastante feo.

—Necesito que me digas dónde está, Helena...

—¿No lo entiendes? Solo trae destrucción y muerte —la interrumpió de manera brusca, comenzando a levantar la voz.

—Lo entiendo —replicó Phoebe—. Y por eso la quiero destruir.

Helena soltó una risa fría, sin gracia, que hizo a los adolescentes retroceder.

—Ya he escuchado eso antes —espetó—. Ese extraño chico dijo lo mismo que tú. Me prometió que iba a destruirla pero...

—Pero la utilizó para hacer un Horrocrux —completó Phoebe—. Ese extraño chico se llama Tom Riddle y ahora es el mago más tenebroso del siglo. Y para acabar con él necesito de tu ayuda, Helena. Sé que me quieres ayudar.

Helena la miró, como si lo estuviera realmente considerando. Finalmente soltó un suspiro y se acercó hacia los adolescentes flotando.

—Le dije dónde estaba la diadema —acabó confesando—. Y él la profanó con magia oscura...

—Y por eso debe ser destruida. Helena, sabes que la diadema contiene un pedazo de su alma. Debemos destruirla para que el mundo mágico esté a salvo —insistió Phoebe—. No podemos hacerlo sin tu ayuda.

Helena la miró desde la altura. Phoebe no sabía si los fantasmas podían pensar, pero en ese momento era obvio que Helena estaba teniendo un debate interno.

—Sé dónde escondió la diadema —dijo—. Está aquí en el castillo. En la sala donde todo se pierde.

Phoebe frunció el ceño, casi ofendida. No con Helena, ni siquiera con Voldemort. Sino con ella misma por no haberlo tenido en cuenta antes.

Asintió repetidas veces, tomó la mano de Rabastan y lo arrastró fuera de la torre, agradeciéndole torpemente varias veces al fantasma, quien solo se esfumó.

Rabastan corrió detrás de ella, preguntándole de qué se trataba aquello, pero sin recibir respuesta de Phoebe. Finalmente, decidió frenarla en el medio de un pasillo.

—Explicame, creo que me perdí algo.

—La Sala de Menesteres, Rabastan. Ahí está la diadema.

Sixteen [Regulus Black]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora