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Tomó la sábana y se tapó hasta el pecho, regulando su respiración. Si debía ser honesta, no tenía ni idea de cómo había llegado a esa situación.

Bueno, sí sabía. No era estúpida. O tal vez sí lo era.

La Sala de Menesteres estaba casi a oscuras, siendo solo iluminada por una lámpara de aceite que estaba a unos metros de la cama tamaño King, creando un ambiente íntimo y casi especial, si no fuera porque ambos sabían que aquello no significaba nada. Los almohadones de color rojo profundo habían caído al suelo hacía muchísimo tiempo, al igual que el acolchado, pero no era de importancia para ninguno de los dos.

El morocho se inclinó y tomó la manta para tapar a la chica, que había cerrado los ojos preguntándose una y otra vez cómo había llegado a eso.

No había sido manipulada ni obligada a nada, y tampoco se arrepentía, para ser sincera. Era una adolescente, una adolescente que probablemente iba a morir intentando destruir al mago tenebroso más cruel de la historia. Tenía derecho a divertirse, a hacer algo por ella de vez en cuando. A sentirse viva. Entonces, ¿por qué se sentía culpable?

Porque sentía que lo estaba utilizando.

Abrió los ojos y lo miró, pero él miraba al techo. Su cabello azabache estaba revuelto sobre la almohada y una fina capa de sudor cubría su frente. Él giró su rostro para mirarla. Una de sus manos se metió traviesamente debajo de las mantas y acarició la pierna desnuda de la pelirroja, quien se sorprendió pero no se quejó. Si debía ser honesta, creía que iba a levantarse e irse sin decirle nada.

Sin embargo, el adolescente se inclinó hacia ella para acariciar su nariz con la suya.

—Deja de pensar tanto —murmuró con la voz ronca—. Nadie va a juzgarte por nada, Phoebe.

—No temo que nadie me juzgue —respondió ella, a la defensiva. Él se alejó y alzó una ceja.

—Entonces ven aquí y bésame.

Phoebe no lo hizo.

El Slytherin suspiró y dejó de acariciar la pierna de la chica, la cual se sintió fría de repente. Quería su toque, su calor. No porque sintiera algo por él, sino porque sin su cercanía se sentía sola y fría. Se sentía como lo que era: una adolescente con el corazón roto buscando sentir otra cosa que no sea decepción y sufrimiento.

Se aferró a las mantas. Aquel chico le había hecho sentir lo que nadie le hizo sentir en sus experiencias previas, que se limitaban a dos. La había hecho sentir deseada, necesitada. Y supo que él se sintió de la misma manera. Se lo decían los moretones que se habían formado en sus muslos luego de que él la presionara con fuerza mientras ella lo tocaba y acariciaba, torturándolo solo con su toque.

Era consciente de que en ese momento Phoebe debía estar pensando en cómo derrotaría a Voldemort, pero llegó a la conclusión de que no había nada de malo en tomar un descanso de todo por una noche. Una noche que le dedicaría completamente a él, porque a pesar de todo había sido la única persona que estuvo a su lado los últimos días apoyándola y brindándole toda la información que poseía. Era la única persona que se sentía igual de fuera de lugar e incómoda alrededor de los demás.

Se merecían una noche de descanso. Se merecían al menos unas horas para ellos mismos.

Phoebe observó asustada que el morocho estaba a punto de levantarse de la cama, así que con rapidez se subió sobre su regazo y lo besó antes de que hablara. Él pasó sus brazos por su cintura, besándola con el mismo ahínco y necesidad. La necesidad de sentir algo que no sea miedo.

—No te vayas —pidió ella.

—No me iré.

Sus ojos, oscurecidos por el placer, observaron cada centímetro de su rostro, para finalmente volver a besarla.

Sixteen [Regulus Black]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora