Una vez conocí a una persona que estaba obsesionada con la mermelada

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—Ellos están aquí.

En medio del patio circular, el Señor de la Noche sostiene el arma que lo representa. Una guadaña de hierro negro, con una hoja de un metro de largo. Su filo había cortado miles de vidas durante las guerras pasadas.

Junto a él, Altair sostiene una espada. El brillo de su hoja se refleja en los adornos de su ropa, similares a los usos en los bailes de celebración. De igual forma viste Regulus, que juega con una par de dagas en sus manos.

Los príncipes menores miran alrededor y preparan sus armas. La espada de Lynix, adornada con una borla verde, permanece dentro de su funda. Alrescha tensa la cuerda de su arco, asegurado una posición alejada del resto.

Ankaa, por otra parte, bosteza y rasca su pecho de manera descuidada. La lanza en su espalda se balancea con sus movimientos, acercándose al rostro inexpresivo de Guzelli.

Ondeando en el viento, los cabellos plateados y dorados se entrelazan. Honse y Lúabell, de pie tras los siete hombres preparados para luchar, miran hacia el cielo.

En cuanto comience a aparecer el sol, la fuerza de Honse volverá, mientras que Lúabell se irá debilitando y perderá el control de las mentes invasoras.

Su ceño fruncido y gotas de sudor, se muestran en su cara. Ambas manos extendidas al frente para detener el avance del ejército del Sol. Los colores en el cielo comienzan a cambiar, el negro manto nocturno retrocede dando paso a un brillo dorado que asoma por el horizonte.

—Puede dejarlos, Princesa —Honse cubre a Lúabell con su capa, evitando que la joven esté expuesta a los rayos del sol.

Con toda la energía gastada por ella durante la noche, no puede protegerse del calor diurno. De reojo mira a Honse, anotando en su mente la amabilidad del hombre. Y en su corazón, el hecho de no quemarse estando cerca de él.

Las puertas del castillo se abren y un centenar de personas ingresan trotando, con armas desenvainadas y escudos redondos frente a sus cuerpos.

Viendo al pequeño grupo esperando en el lugar, los soldados se sorprenden, deteniendo sus pasos a pocos metros de ellos. Una sonrisa se extiende por el rostro del Señor de la Noche, y la guadaña se eleva sobre su cabeza, lista para descender contra las fuerzas enemigas.

—Señor de la Noche... —Honse da un paso al frente, cubriendo a la debilitada Lúa de la vista— Si me permite, puedo tratar con ellos.

—Adelante.

Daren se hace a un lado, alejando la mirada del grupo invasor. Los príncipes se cruzan de brazos.

El líder de los soldados del Sol nota a Honse, su boca se abre en un intento de hablar, pero no sale ningún sonido. Los hombres tras él también observan con los ojos muy abiertos como brilla el cabello de joven.

Con cada paso que avanza, el sol se eleva más en el cielo. Iluminando la plaza, borrando las sombras. Un sentimiento cálido se posa sobre los soldados.

—S-sol... ¡Sol del reino! —Enviando su cuerpo al suelo, el general se arrodilla a los pies de Honse, depositando su espada a un lado.

El movimiento ordenado del ejército, es como una ola. Una fila tras otra, los hombres se arrodillan rindiendo respeto.

Al ver esto, Guzelli se gira para entrar al castillo. Su cuerpo no puede soportar mucho tiempo bajo el Sol. Acercándose a Lua, sujeta su mano.

—Entremos, ambos debemos pararnos a la sombra —susurra, llevando a la princesa bajo el techo del pasillo.

—Gracias... ¿Crees que estará bien? —pregunta luego de apoyarse contra un pilar.

—Dependerá de qué pretende hacer.

Guzelli se encoge de hombros, notando la mirada tímida y amorosa que Lúa mantiene sobre Honse. Con un movimiento de su mano seca el sudor del rostro blanco de la princesa.

—Sol del Reino, l-la niña...

—Segura. Ahora dime ¿Quién los envió a atacar el Castillo Lunar?

Honse chasquea los dedos, de inmediato, cuerdas enredan a los soldados. Los príncipes murmuran a su espalda y el sonido de armas siendo guardadas acompañan las preguntas de incredulidad de los hombres.

—Sol —dice el general, mirando a Honse a los ojos—... Señor del Día, fue el Señor del Día.

—Piensa antes de hablar, no llames señor a ese hombre cuando estés frente a mí.

El cabello de Honse comienza a tomar un color rojizo, como el atardecer o como el fuego. Daren, el Señor de la Noche, indica a sus hijos retroceder. Incluso para él, soportar el poder del Sol es difícil.

—Olsen, él ordenó atacar el Castillo Lunar para recuperar a la niña del Sol —responde, bajando la mirada. Nunca había llamado al Señor del Día por su nombre.

—La niña debe regresar al reino, solo así el Sol podrá tomar el trono... —Repite un soldado, soltando entre balbuceos las palabras del Señor del Día.

—Para una familia real falsa, llevan a cabo muy bien su papel —se burla Honse y prende fuego a los soldados. Sus gritos se elevan unos segundos antes de retornar al silencio.

En el suelo, se extienden los cuerpos de los hombres desmayados, los guardias de la Luna suben a apresarlos.

Dando media vuelta, Honse busca a Lúa. Al verla oculta a la sombra con Guzelli, aprieta su puño derecho y alza su mano izquierda hacia el cielo, con un movimiento circular una nube se forma para cubrir el sol.

—Vamos a desayunar —Ordena Daren, asintiendo con la cabeza al ver el asunto terminado. Con el regreso del Sol, ambos reinos pueden volver a la paz.

—Me gustaría algo de mermelada —murmura Honse, pasando junto a la princesa.

Los príncipes que la rodean alzan una ceja al ver como lágrimas se acumulan en los ojos de su hermana, que, soltando un sonido agudo por su nariz, cubre su rostro con ambas manos.

Metros más adelante, Honse sonríe, aunque no era el llanto de la princesa lo que quería escuchar salir de sus labios, tenía tiempo para hablar con ella.

Desde ahora, tendrían mucho tiempo.

PRIAMWhere stories live. Discover now