Dicen por ahí que cerca del río vive una...

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La hierba se mece bajo el correr

incesante del viento. Las rocas

a la orilla del río crujen con el

impacto del agua. Humo claro,

con olor a madera húmeda,

se eleva en el cielo...


Zaya deja el lápiz a un lado, y aparta la mesa auxiliar para acostarse en la amplia cama de hospital. Su mano con la vía intravenosa descansa sin energía al costado de su cuerpo, mientras que la otra sube a tallar sus ojos cansados.

—Hija, deberías dormir —dice su madre desde el sofá, sonriendo con debilidad.

—Estoy bien. Mamá, puedes descansar... —Zaya no mira a su madre, pero sabe que la mujer está más cansada que ella, pasando noches en vela por la preocupación— voy a seguir un poco más.

—Hija... —Sabiendo que espera a alguien que es posible que no aparezca, suspira y se cubre con la manta.

Era la segunda semana en el hospital, y quedan tres meses para recibir el alta médica. Con la mirada en el techo, se concentra en la respiración de su madre, que pronto se duerme.

Zaya juega con el lápiz, haciendo garabatos en la orilla de la hoja. Junto a sus palabras desordenadas, con pulso tembloroso. Cuenta los segundos con la guía del reloj de pared, desviando la vista hacia la ventana.

Parpadea. Y cuando los vuelve a abrir, Guzelli está de pie junto a su cama. Mirándola con ojos enrojecidos. Una sonrisa se forma en su rostro al verlo, y el ligero rubor de sus mejillas la hace parecer llena de vida.

—Muy puntual —murmura, para no despertar a su madre. Guzelli toma asiento en la silla y acerca su cuerpo a ella.

Entrelazando sus manos, mantienen el silencio por unos minutos. Solo observándose.

—Debo irme. Lo postergué todo lo que pude. —Baja la cabeza, evitando mirar la expresión triste de Zaya— Volveré pero...

—El tiempo corre de manera diferente. —Completa ella, apretando con toda su fuerza disponible los dedos de Guzelli. Él alza la cabeza, asintiendo.

—Yo lo sé. Guze, no tienes que presionarte. Aun si pasan años... Incluso si espero toda la vida, aún estaré aquí para ti. —Zaya le sonríe en un intento por tranquilizarlo, y los ojos rojos van volviendo a su color original.

—Te quiero, Zaya. —Inclinándose, Guzelli le da un beso en la frente, desapareciendo en el momento que Zaya cierra los ojos.

Ese día, el mundo de Zaya volvió a la normalidad. Meses en el hospital, bajo el cuidado médico y de sus padres, regresó a esa chica alegre y saludable.

Aunque a ratos se puede notar una melancolía que la abstrae del mundo, como si en cualquier momento fuera a desaparecer. Con fuerza, Aila, Nino y Gustt la sujetan a la realidad, a su vida sin cambios.

A su vida sin Guzelli.

Tras años de soledad, por fin pudo habituarse a no verlo, a no sentir su presencia en cada rincón. Viendo a todos sus amigos formar familia. Enfrentando la partida de sus padres. Venciendo su enfermedad gracias a los adelantos médicos. Todo lo vivió sola, guardando en sus memorias cada detalle, paraalgún día contarle sus vivencias.

Reprimiendo sus sentimientos, paraalgún día dejarlos fluir estando en sus brazos.

Un humo claro, con olor a madera húmeda, se eleva en el cielo desde la apartada cabaña a la orilla del río. Es la casa de una amable anciana, de cabellos blancos y ojos distraídos.

Cada mañana se sienta en su puerta, mirando al cielo con anhelo. Para los niños de las cercanías, es la mujer que les da ricas galletas. Para sus vecinos adultos, una mujer cariñosa que no tuvo una vida fácil, que por cosas del destino, vivió sola año tras año.

Su cuadernoes el único que sabe la verdad de su espera, y solo esos ojos heterocromáticos que la miran desde la entrada de la casa, saben cuanto tiempo ha pasado.

—Olvidé decir algo cuando te fuiste... —susurra, alargando la mano hacia él— Te amo.

—Te amo. —Abrazándola con delicadeza, un joven y apuesto hombre esconde el rostro sobre su hombro. Sus manos tiemblan al tocar su espalda frágil.

Zaya ríe, sintiendo que su cara enrojece y el corazón detenido en el tiempo, late con fuerza. Devolviéndole todos los sentimientos que había olvidado. Llenando su rostro de lágrimas y emociones contradictorias.

—Vamos... —Guzelli se pone en pie, cargando su cuerpo en ambos brazos. Esta era su Zaya, que había extrañado por cientos de días. Esa misma que lo esperó por décadas.

Ahora no la dejaría ir, y recuperaría cada segundo lejos de ella. Profesando un amor que dure siglos.

Dicen por ahí que cerca del río vive una hermosa mujer, que un día solo apareció. Y que cada noche, puntual como la luna, recibe a su amado con un beso cálido.

PRIAMWhere stories live. Discover now