Capítulo 49

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Noche anterior, Mississippi.

—No hay forma de que te deje afuera, pasa.

Jolina, avanzó con la mirada baja y luego cuando se fue acercando hacia la casa, detallé mejor sus ligeros ropajes y estaban muy mojados.

» ¿Necesitas una toalla? —le pregunté desde atrás mientras íbamos camino a la sala.

—Sí, por favor. Te lo agradecería —expresó trémula del frío que estaba sintiendo.

Aproveché un rato antes de entregársela para calentar un poco del chocolate que me sobraba de la tarde. Sumé también los despojos restantes de las últimas galletas especiales que mamá había enviado desde la semana pasada.

—Está delicioso, muchas gracias —murmuró Jolina, entretanto bebía el chocolate. Estaba cobijada con la toalla por encima del cabello y temblaba de escalofríos, le era absurdo detenerse de los embates del glacial perseverante.

—Con gusto Jolina. Si necesitas algo más, dime.

—Un abrazo —dijo con necesidad mientras me veía a los ojos—. Uno y te lo cuento todo —insistió. Acepté sin respuesta cuando ya iba dispuesto a recibirlo.

Cuando la abracé, sentí lo mojada que estaba. No era solo su ropa, también la piel estaba empapada; sin embargo, percibí una llamarada de calor en su corazón. Estaba enseñando una apariencia muy taciturna que no le conocía hasta aquel momento.

—Gracias —dijo tímida—. La verdad estoy cansada de sufrir. Me despojaron del lugar donde viví por dos años, todo por un malentendido.

—¿Qué pasó? —le pregunté cuando me sentaba a su lado.

—Los pagos en mi trabajo han estado lentos —gimoteó en corto: dos veces—, y bueno, yo les dije que me esperaran, porque tardaría un mes en pagar el resto, pero no comprendieron y me echaron.

—Entiendo... —empequeñecí mis ojos, no sé por qué imaginaba que hacía falta un pedazo de la historia.

—No es solo eso, me parece inconcebible que en tantos años de estar con ellos —volvió a gimotear, con tristeza—. Me hayan dejado como una pordiosera, cuando he trabajado tanto para pagarles.

—Hay algo que está raro —dije con indirecto prejuicio—. ¿Por qué lo hicieron ahora y no antes?

—¿Por qué lo dices? —intuyó la intención de mis palabras, y se mostró renuente.

—Si llevas tiempo viviendo allá lo hubieran entendido, creo que al menos dos o tres años pagando te da su confianza, ¿o llevabas menos?

—Es lo que recuerdo... —dijo serena, desconocía si mentía en realidad.

—Está bien, te creeré.

—Sé que todo suena difícil, pero es verdad. No te mentiría cuando has sido tan bueno conmigo —dijo alegre a lo último.

—Te creo porque no veo necesidad de que mientas, es un buen ejercicio confiar en los demás.

—Bueno... la verdad también es otra cosa.

—¿Otra?

Jolina bajó los ojos de nuevo, pero era diferente, porque retenía un brillo en ellos. No sé porque se me vino a la mente que diría algo muy comprometedor.

—¿No te has dado cuenta ya? —elevó el rostro para mirarme, fijamente.

—¿De qué debería?

—Estoy enamorada de ti —gimió, con una sonrisa en la cara. Sus ganas de seguir llorando contrastaban en su belleza, se veía preciosa.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Where stories live. Discover now