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—¡Apresúrense!—Exclamó Kelly desde la planta baja.

—¿Jay tienes mi chaleco?—El castaño frunció el ceño al no encontrar dicho chaleco.

—No. De seguro lo dejaste en la sala. Ya vamos tarde apresúrate sabes que mamá odia llegar tarde a misa.

Tyler respiró hondo para nos frustrarse, y bajó las escaleras junto a su hermano. Los dos subieron al auto y no... el chaleco no estaba en la sala. Se había esfumado.

—Robert, ¿donde esta tu chaleco?—Preguntó su padre mirándolo por el retrovisor en un tono serio.

—No-No lo encuentro.

—Mm... más te vale encontrarlo. No me gusta que vengas sin chaleco.

—Lo siento.—Bajó la cabeza.

Iba con una camisa blanca de manga larga, y botones, sin estar los primeros dos sin abotonar dejaba su pecho un poco a la vista. Un pantalón negro de vestir, y sus Converse porque los zapatos de vestir le incomodaban.

Llegaron a la iglesia, todo muy normal. Y de costumbre. Había un Sol que les derretiría el alma, y ni una sola nube.

Se sentaron donde lo solían hacer siempre, y esperaron.

Tyler vio, en el primer asiento un rostro que no había visto antes. Uno bellísimo, tanto que juraba que se trataría de un ángel, quizás un querubín.

La misa empezó, y el nuevo sacerdote se presentó como Bill. Diciendo que el anterior tuvo que retirarse por motivos personales, que él venía en su lugar y estaba muy entusiasmado por atender las misas los domingos en la ciudad.

La misa transcurrió como de costumbre, como cada domingo.

Al finalizar, sus padres se quedaban hablando con otras personas de la iglesia.

Tyler mientras, se puso a ver las estatuas. Todas se veían... mal. Tenían un sufrimiento en el rostro que le espantaba.

—Sus rostros son aterradores, ¿no crees?—Aquel chico que vio antes, el querubín... se apareció junto a él.

—Sí. Pensé que solo yo los veía así.—Sonrió nervioso.

—No, es decir... dan miedo.—Vaciló. —Soy Joshua, pero me dicen Josh.—Se volteó y extendió la mano.

—Soy Tyler.

—Lindo nombre Tyler.

Algo en la forma en la que lo pronunció hizo que se le erizara la piel. Su voz era firme, tenía una postura recta, y tenía autoridad, y aún así lograba verse amigable, y apuesto. Una vez más, era como una figura angelical.

—¡Ty! Hijo...—Interrumpió su madre.—El es Bill, el nuevo sacerdote.

—Un placer Tyler.—Sonrió Bill.—Veo que conoces a mi hijo. —Volteó la mirada a Josh.

—¿su hijo?—Sobresaltó. No sé lo vio venir en absoluto.

—Sí.—Rió Josh.

—¿tú andabas con esos botones desabrochados?—Interrumpió su madre una vez más, comenzado a abotonarle los primeros dos botones de la camisa. El botón le apretaba, sentía que lo ahorcaba pero a su madre parecía  no importarle con que tuviera todos los botones perfectos. 

—Mamá.—Se quejó disimuladamente.—¿Y papá y Jay?

—Hablando con la señora Marshall.—Respondió rápido.

La señora Marshall era la reportera de todo el jodido vecindario. Si se perdía algún perro, ella lo había visto, si alguien entraba a alguna casa ella lo vio, ella sabía todo lo que pasaba en cada casa. Una metida la verdad. Era una señora de sus cuarenta y tantos, divorciada y con dos hijos que no pasaban de diez años cada uno. Los tres eran totalmente insoportables.

𝐐 𝐔 𝐄 𝐑 𝐔 𝐁 Í 𝐍 // [tysh/joshler]Where stories live. Discover now