🍁 Omega zoofílico

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Elige tú. Elige tú y una mierda. Axel recapacitó sobre sus palabras en el ascensor moviendo la cabeza al ritmo de la musiquita. Sintió el corazón exprimirse al percatarse de que no solo se había dejado llevar por el Axel Manipulador, sino que también maltrató al único alfa que lo había tratado como ser humano.

Emma dijo «Ta-da» cuando llegaron al piso trece y Axel precisó unas gafas de sol para no quemarse los ojos con el brillo del apartamento. Era uno demasiado amplio con numerosos cristales. Demasiado grande y lujoso para una misera interna omega. La cocina americana serviría de escenario para espectáculo televisivo.

—No vivo sola, pero creo mi compañero no está —avisó Emma llevándolo a su habitación con un televisor enorme y una ventana que daba a los otros edificios—. Vi una receta de dos horas que me muero por hacer, si quieres puedes acostarte allí.

Axel dirigió sus ojos a la cama y se enamoró. Un mullido colchón donde descansar.

—Si me duermo, dame una patada abortiva.

Emma sonrió.

—Con gusto —dijo ella poniéndose un delantal rosado de volados—. Y... Respecto a Nathan...

No me lo recuerdes.

—Sé que soné como idiota, pero...

—Va a venir más tarde —comentó Emma relajando a Axel—. Los cambios de humor son recurrentes en omegas embarazados sin marca o... sin estabilidad... Si vas a una consulta con un especialista, seguro te dará algo que te calme.

El problema era que sus cambios de humor venían desde antes del embarazo, pero Axel no lo diría. Se sentía aliviado de que Nathan fuera a volver, así podría darle unas serias disculpas y, quizá, pedir otra oportunidad.

Si a Nathan de verdad le hubiera disgustado el tema de su embarazo, hubiera sido más indiferente o grosero. Pero lo trató con cordialidad, con calma. Tal vez solo se sorprendió de que Axel estuviera embarazado porque no lucía como uno. O sea, no estaba enamorado de su embarazo como un omega corriente.

La habitación de Emma no era tan infantil, le recordaba a la de su hermana. Mantenía cierta feminidad con los rosados y flores, pero lo demás era muy minimalista. Prendió el televisor y cómo no había nada interesante, eligió un documental del proceso reproductivo entre especies.

Axel se dio cuenta que no podía sentirse tranquilo. Iba a suceder algo. Lo presentía. Entrecerró los ojos y se tocó el vientre. Había dicho que lo iba a tener... ¿Qué demonios iba a hacer con un feto? ¿Usarlo de sombrero?

Si pensó que su día iba mal, Axel se sintió peor cuando escuchó su teléfono sonar y leer en la pantalla el nombre de su padrastro.

—Estoy aquí —saludó Axel deseando que solo fuera una llamada de urgencia y no del recuento de sus gastos—. Estoy ocupado, hablamos luego.

¿Ocupado? Estás acostado en una cama mientras una desconocida te hace la cena.

—¿Así te comportas con quien te sigue manteniendo? —cuestionó su padrastro—. Estoy seguro de que puedes hacer un espacio en tu apretada agenda de estudiante universitario que no tuvo que endeudarse para sobrevivir.

Axel había escuchado eso tantas veces que ya no le dolía. Sus padres le mantenían a su antojo, casi sin exigencias, solo como un capricho de sus abultadas billeteras.

—Te respondí, estoy contigo. ¿Qué quieres de mí?

—Yo nada —admitió—. Tu hermano quiere que vengas a la celebración de Halloween.

Disfraces. Risas. Sustos. Axel tenía una perpetua imagen de la fiesta de adultos que se realizaba en un salón privado donde diablesas y vampiros se restregaban abiertamente. Su padre no hacía referencia a esa, claro, sino a la que ocurría en las calles: dulce o truco. Axel respiró hondo.

Señorito DesconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora