CAPÍTULO 34

1.1K 41 0
                                    

Emily

Estuve tosiendo toda la noche. Tenia mucho frío y por los escalofríos que tenia, estaba completamente segura que tenia mucha fiebre.

Fui a la cocina por unas píldoras para bajar la fiebre. La doctora me había dicho que no podía enfermarme. De lo contrario, podría complicarse toda la situación. 

Me las tome para luego recostarme en el mueble. Tenia unas cobijas calientes para estos tiempos, aunque le realidad era que necesitaba la calefacción de la casa.

Lo había reportado al propietario del edificio, pero no había podido venir a arreglarlo. Así que no tenia mas opción. Debía esperar.

La tarde se iba haciendo cada ves más fría, y no tenia mas cobijas. La fiebre permanecía, pero la tos se fue intensificando cada ves más. Decidí que era momento de colocarme la maquina de oxigeno. Entre la fiebre, la tos y el frío, me estaba ahogando.

Las secreciones nasales se habían presentes al pasar las horas, por lo cual tenia una caja de pañuelos al borde de acabarse. Necesitaba otra, y no tenia más.

La transmisión televisiva se corto. Con el mal tiempo que había, estaba claro que podía suceder en cualquier momento.

Llego la madrugada y no aguantaba mi cuerpo. Los ojos me pesaban demasiado. El escalofrío era horrible; aun cubierta por 6 cobijas calientes, podía sentir el horrible frío.

Me metí a la ducha para bañarme con agua caliente; grave error. La fiebre me subió aun más. No sabia que más hacer al respecto. Estaba desesperada. Los medicamentos no me estaban funcionando. Me mareaba con tan solo dar algunos escasos pasos.

Tome el teléfono de la casa y marque el primer numero que recordaba. Lina, no contesto. ¿A quién más podía llamar?

Al final, termine haciendo algo que jamas pensé que haría.

—¿Bueno? —respondió la señora Harrison.

—Ayuda... por favor...

El mareo llego justo en el peor momento. Me desplome en el suelo en medio de la sala.

Al momento de abrir los ojos. Estaba recostada en mi cama. Tenia la maquina de oxigeno puesta y un paño en mi cabeza.

Me sentía débil, muy débil. Hice el intento de sentarme en la cama luego de remover aquel paño, pero escucho aquella voz varonil entrando a mi habitación.

—No te levantes. Necesitas descansar.

Lo mire.

¿Que hacia él en mi apartamento? No lo había llamado a él. ¿Por que había venido?

—¿Que... hace usted aquí? —pregunte vagamente.

—Pediste ayuda. —Tomo asiento en el borde de mi cama.

—A su mamá.

—Por eso, vinimos juntos.

Pase mi mano sobre mi frente y seguido al cabello. La cabeza me retumbaba.

—He preparado una sopa —dijo de repente. —No se si te encante, pero al menos es baja en sodio. Bueno para los enfermos. —Medio sonrió.

—Y su mamá... ¿por que no esta aquí?

—Esta arreglando un asunto, con el dueño del edificio. Iba a ir yo, pero... cree que ella lo puede solucionar mejor que yo.

—No entiendo.

—¿Desde cuándo tenias la calefacción averiada? —pregunto cruzándose de brazos.

—¿Dos días?

Querido HarrisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora