Capítulo LII: Perseidas

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Ragnor

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Bueno... Definitivamente se va a enojar. suspiró Ragnor. Miró a Skylar de reojo esperando alguna respuesta por su parte, pero solo obtuvo silencio.

De alguna forma, era como estar viendo a la Skylar de siempre, solo que a través de un cristal templado. Podías reconocerla por sus líneas y colores, y aun así seguía siendo diferente. Más fuerte, con más poder, pero menos humana. El poder que manaba de su cuerpo, era diez veces más intenso que el que Ragnor había llegado a percibir en ella desde la manifestación de su don.

No sabía cómo, pero no había dudas de que la persona que habían visto junto a Skylar y Traian cuando los encontraron era Andrómeda, o al menos, una manifestación de su espíritu. Ragnor ya sabía de la existencia de ciertos hijos de la luz que tenían dones relacionados con el otro mundo, él mismo conocía a un chico que tenía el don de hablar con los muertos, pero nunca antes, en los casi mil años que llevaban muertos, había escuchado de la aparición de alguno de los tres grandes reyes. Sin embargo, aquello no era lo más insólito, sino el hecho de que, al parecer, el espíritu de Andrómeda por sí mismo había logrado influir en el mundo físico, porque si de algo estaba seguro, era del hecho de que la Skylar que estaba frente a él en aquel momento, era el resultado de la intervención de Andrómeda en el mundo de los vivos. Una detonación de su poder a tal punto, que Ragnor guardaba el temor de que el cuerpo de Skylar no fuese capaz de soportarlo por mucho tiempo. Los dones de la luz eran como el agua caliente, y los cuerpos de los nefilim, aun siendo mitad humanos y mitad ángeles, eran como el cristal. Si el recipiente no era preparado adecuadamente para la magnitud del don, eventualmente podría romperse. Además, estaba el hecho de que Skylar no era una hija de la luz por completo, sino que una parte de ella también pertenecía a los guardianes y Ragnor no tenía idea de cómo eso podría afectar la manifestación de su don.

¿Podrás encargarte del jinete? inquirió finalmente Skylar, sin ningún atisbo de miedo o preocupación humana, la máscara perfecta de apacibilidad. A Ragnor le recordó a la estatua de alguna figura divina.

No será problema... le aseguró— La cosa se pondrá fea solo si los demás jinetes logran ingresar a Gealaí. Puedo contener a un par de ellos, pero doce...

La chica se limitó a asentir.

Antes de que pudiera retirar la barrera que había formado con sus alas, Ragnor se apresuró a hablarle una última vez Sky... Antes de hacer esto, por favor, prométeme que lo dejarás ir una vez que la cúpula esté restaurada.

Esperó una respuesta, un gesto, cualquier cosa, pero una vez más, solo recibió silencio.

"Prométeme que lo dejarás ir...". A pesar de no haber obtenido ninguna respuesta por su parte, Ragnor esperaba que ella hubiera entendido a qué se refería. Para lograr reestablecer la cúpula de contención alrededor de Gealaí, Skylar necesitaría emplear una cantidad apabullante de su propio MDL y Ragnor temía por la vida de la chica, tanto como por la de los habitantes de Gealaí si no lograba hacerlo.

Debía creer que el que Andrómeda se presentara ante ella guardaba un motivo mayor, una razón lo suficientemente de peso como para permitir a Skylar exponerse a usar su poder de esa manera.

Las alas que los rodeaban comenzaron a abrirse y el aire plagado de partículas de escombro comenzó a filtrarse como sombras a través de las plumas, cuyas ascuas encendían las volutas de polvo en diminutos destellos de fuego. Las casas y estructuras en un rango considerable a su alrededor, habían sido destruidas hasta sus cimientos. La nieve, ahora de un color gris cenizo y con vetas negras surcando sus relieves, se hundió formando un cráter entorno a ellos, que se expandía poco a poco, como una enfermedad. Aquella, era una visión desoladora que resultaba tristemente familiar para Ragnor. No era la primera vez que se encontraba frente a frente con un jinete sombra.

Fuego Celeste © [Pronto en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora