FREESIA

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Colombia, Pueblo de Encanto 

POV Isabela Madrigal 

Me encontraba haciendo crecer matas inmensas de robles, los arboles se alzaban a mi alrededor y los nuevos ciudadanos me observaban sorprendidos. Sus rostros eran un verdadero poema, y mentiría si dijera que no amaba la manera en la que la gente me miraba. Me sentía viva. 

Pero creo que la sensación que más predominaba era intranquilidad. No podía dejar de pensar en la profecía de Bruno y en aquella mujer. Una parte de mi quería saber un poco más de aquello, al mismo tiempo que sentía la inmensa necesidad de ignorarlo y seguir con mi vida. 

Las horas parecían perderse con rapidez, intentaba mantenerme ocupada todo el tiempo, así no darle lugar a pensamientos intrusivos. Pero era casi imposible, esa mujer no dejaba de aparecer en mi mente. Habían momentos en los que simplemente me enojaba conmigo misma por pensarla, otros tantos la odiaba a ella. 

Y es que no sabía como podía odiar a una mujer que ni siquiera conocía, pero sabía que su mera existencia había arruinado la calma que apenas se me había sido dada. Y no se lo iba a perdonar. 

Una vez terminadas todas las tareas que tenía pendientes, me sentía agotada. No teníamos vidas tranquilas como las otras personas del pueblo, siempre necesitaban un poco de nosotros. A veces solo sentía la necesidad de estar en un lugar completamente diferente, quizás donde nadie me conozca y pudiera ser un poco más libre. Claramente mi libertad actual era mayor a la que alguna vez tuve, pero aún así no sentía que fuese suficiente. 

No pasaba más de medio día cuando escucho la voz de Mirabel gritando a lo lejos por el almuerzo. Me despido amablemente de mis espectadores e intento llegar lo más rápido a la Casita, quería distraerme un poco y de cierto modo las comidas en familia eran interesantes. Las charlas vacías en el almuerzo, los discursos alentadores de la abuela y los chismes recién llegados de la familia de tía Pepa.

Al llegar, Casita me saluda con un movimiento rápido de las ventanas y veo a Dolores nerviosa hablando con Antonio. Esto no era del todo bueno. 

En mi mente pasaron mil escenarios sobre esa conversación y todos terminaban en mi, yo y esa extraña mujer en específico. Sabía de sobremanera que Antonio se enteró de la profecía de Mirabel a causa de las ratas, y no me sorprendería que él lo supiera también.

Si es que Antonio lo sabe, eso significaba que Mirabel también lo sabía. 

- Isa estas pálida ¿Todo bien? - Mi hermana menor parece preocupada, pero yo lo estaba aún más. Si ella estaba enterada ¿Qué sería de mi? Lo más probable es que le cuente a la abuela, o intente buscar una solución tonta y extremadamente arriesgada. Lo que menos necesitaba era a Mirabel metiendo sus narices donde no la llamaba. 

- Si, todo perfecto. - Forcé una sonrisa y ella no parecía convencida, pero tampoco hizo el intento de preguntar de nuevo. 

El almuerzo fue tranquilo, mamá cocinaba increíble y eso hizo que mi humor cambiara un poco. Las charlas se centraron en su mayoría en como ayudar a los nuevos habitantes, y darles una bienvenida digna. La abuela tenía la idea de una fiesta, pero aún era muy pronto, debíamos dejar que los nuevos ciudadanos se instalen antes de cualquier cosa. 

No podía dejar de mirar a Dolores conversar con Antonio, era un extraño presentimiento. Al menos y no había dicho nada, y nadie pregunto, entonces por lo mismo significaba que solo nosotros lo sabíamos. 

Cuando nos dispusimos a recoger la mesa, fui donde tío Bruno. Una parte de mi necesitaba saber un poco más sobre aquella profecía. 

- Tío, tengo algunas preguntas - No necesité decir mucho para que él lo entendiera. Hizo un ademan para que lo siga hacía su extraño santuario. El camino lo sentí como una nube de humo en mi mente, no podía prestar atención a nada en concreto. Tenía la única necesidad de saber sobre mi futuro. Era un tanto egoísta, pero al estar siempre presionada a la necesidad de complacer a todos, un poco de egoísmo no me haría daño. 

JACARANDA |Elsa x Isabela|Where stories live. Discover now