Relato 8: El monólogo de Medusa

3 2 0
                                    

Aquí estoy en esta silenciosa, oscura y húmeda cueva, pero al menos no estoy sola, porque me encuentro con mis eternas hermanas: Esteno y Euríale. Son hermanas de mi propia sangre y me siento feliz con ellas, que en este momento tan difícil que estoy viviendo, estén conmigo en mi destierro, que me impuso mi diosa, a la que aún quiero, a pesar de este cruel castigo que me asignó por mi pecado de ser la más bella.

«¿Si no fuera tan hermosa, esto no pasaría?, ¿verdad?», me pregunté a mí misma y mirando como el dios del Sol, Helios, pone punto final a este día.

Ojalá retrocediera el tiempo, porque aún me condeno por no estar en el templo de mi diosa Atenea, mi protectora, quien me estaba buscando por todos lados, hasta que me encontró sola y llorando al pie de su estatua de mármol en un altar, al aire libre, dedicado a ella.

Lo recuerdo como si fuera ayer...

—¿Qué te pasa y por qué lloras, muchacha?—me preguntó con su mirada verdosa, muy cristalina y, al mismo tiempo, resplandeciente; pero, a la vez, su rostro mostraba preocupación al principio. Después se tornó el enfado por no confiarle lo que había pasado con su tío, pero la vergüenza me invadió y hui de mi deber de proteger el santuario de la diosa de los ojos glaucos*.

Pero es que me quedé muda y no sabía que responderle.

Que tonta he sido...

Si supiera defenderme para que no entrara ese desalmado de Posidón y me poseyera tan rápido y a la fuerza, esto no hubiera ocurrido. También tenía que mejorar mi forma de vestir, de no ser tan provocadora con los hombres ni con los dioses. ¿Cómo me apena de no tener el poder del tiempo y volver atrás para cambiar el destino de aquel fatídico día de mi vida?

Ese día me cambio todo.

Soy un alma atormentada que no encuentra el descanso por lo que he hecho a mi diosa. La he ofendido y con razón. Me merezco este castigo y estoy pagando el resto de mi vida por el delito de hibris que infligí hacia mi diosa. Ella me convirtió en lo que soy: un monstruo y aceptó mi culpa por exceder mi prepotencia y mi belleza hacia ella a la que siempre seré su fiel devota, aunque ya no voy a ser nunca su sacerdotisa por la virginidad que me ha mancillado el dios del mar.

Acto seguido, me fui de ese lugar, a la que una vez llamé mi hogar, y estar lejos de la civilización para no volver jamás.

Vagué, por mucho tiempo y sin rumbo fijo, por el mundo y escondiendo de los mortales inocentes, para no convertirlos en piedra con mi rojiza y petrifica mirada, hasta que encontré a mis queridas dos hermanas y me dieron cobijo en esta cueva, que estaba en las tierras hiperbóreas, muy cerca de la entrada del Hades. Un lugar donde no había nadie puro y maravilloso, solo estaba el perpetuo silencio y poblada de criaturas oscuras y monstruosas, como mis otras hermanas las Grayas»

En ese momento deje mi monologo interno y miré a mi alrededor, en el que contemplé a mis enemigos convertidos en piedra, a la que yo misma petrifiqué por la temeridad de venir aquí a matarme; y, después vi el cielo, en que la noche cubrió con su oscuro manto el firmamento estrellado. Era una noche sin luna, solo estaba las estrellas que atestigua el dolor que estoy soportando mi duro castigo por aquel sacrilegio, que tanto me pesa en mi corazón, aunque perdí una parte de mi humanidad, pero nunca de mis principios devotos hacia mi protectora, mi diosa.

Siempre seré fiel a ella.

Mi belleza ha sido la causante del dolor que estoy padeciendo en este momento y será mi perdición en mi miserable existencia, hasta el día de mi muerte, a la que va a ser muy pronto, porque la siento cerca de mí, como una sombra que me está acechando para capturarme y llevarme al Tártaro del Hades.

«¿Cuándo se terminará mi sufrimiento

y descansar en paz mi tormento?»

Rapté al interior de la estancia de la gruta, con mi cola de serpiente, no sentí el frío suelo ya que mis escamas y mi cola me protegen de los fenómenos naturales. Entré en una estancia circular y grande de la cueva. Vi a mis dos hermanas, que ya estaban en brazos del dios de los sueños, Morfeo.

Finalmente, me acosté, a unos metros de ellas, en el suelo de la gruta y me uní a mis dos hermanas en el sueño, para esperar el siguiente y nuevo amanecer.

                                                              FIN

N/A:

*Glaucos en griego significa resplandeciente, brillante y también verde azulado, verde claro; por tanto, Atenea era la de los ojos verdes y resplandecientes. Epíteto de Atenea. 

Relatos cortosحيث تعيش القصص. اكتشف الآن