Mañana

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Draco apareció en su casa a eso de las diez de la noche. Todavía se encontraba con todas las luces encendidas, pero en silencio. Advirtió que algo no andaba bien, intentó subir las escaleras, momento que Narcisa bajó, anudando el lazo de su bata para acercarse a su hijo.

—Madre, ¿te desperté?

—No, estaba esperando a que llegaras. ¿Cómo te fue en el Ministerio?

—Bien... eso creo. ¿Dónde está Hermione? ¿Y Scorpius? —quiso subir un par de escalones más rumbo a la habitación, pero Narcisa se puso por delante.

—Draco...

—¿A dónde se fue? —sin que ella le dijera nada, supuso lo que había ocurrido.

—Dijo que necesitaba tiempo... que estaba dolida...

—¿A dónde, madre? ¿Se fue a casa de sus padres? ¿Con los Weasley? ¿Con Daphne?

—No. Está en la casa que tenía de soltera, ¿recuerdas? Esa que queda cerca de la fundación.

Draco asintió en señal de recordar todo y, antes de que Narcisa pudiera decir algo más, ya había desaparecido.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Hermione acababa de acostar a Scorpius en la pequeña habitación que estaba al lado de la alcoba principal cuando escuchó el plaff de aparición en el primer piso. Se maldijo a sí misma por no haber aplicado el hechizo antes de que Draco decidiera ir por ella, porque estaba claro que era él quien había aparecido, pues solo él tenía autorización para llegar de esa manera.

Apagó la luz de la habitación, dando antes un beso en la frente a su hijo, quien dormía tranquilamente con su rostro relajado e incluso con una sonrisa de paz dibujada en los labios. Era la alegría de saber que su madre había regresado y que estaba junto a él nuevamente.

Hermione se irguió, tensó el rostro y bajó con la firme convicción de que debía dejar todo claro con Draco. Entre ellos dos no podía existir nada más, pues él se había encargado de destruir ese hermoso amor que existía. No sabía si su decisión era la más adecuada, sin embargo, entendía que vivir con una persona a la cual le había perdido la confianza, no era sano, ni para él ni para ella. Pues para ambos sería un suplicio compartir nuevamente una vida juntos. Ella se conocía y sabía que no podría soportar esa situación y que Draco, de acuerdo a su carácter, tampoco sería capaz de aguantar sus arranques de rabia y desconfianza, ya que a cada instante la sombra de lo ocurrido con Astoria estaría rondando esa frágil felicidad que pudieran falsamente crear.

Al enfrentarse al primer escalón para descender al piso inferior, vio que Draco estaba esperándola, pendiente de sus pasos y con los brazos cruzados. Su rostro era indescriptible. No sabía si estaba enfadado o desconcertado, feliz o intrigado. Al parecer esos tres meses en cautiverio habían moldeado las personalidades de ambos: a ella haciéndola más fuerte y poco tolerante y a él, un ser inexpresivo e impulsivo.

—¿Qué quieres?

—Hablar contigo. ¿Por qué te viniste de casa? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué actúas como niña malcriada, Hermione? Ambos somos adultos y tenemos temas pendientes que tratar.

Ella se dio fuerzas y descendió rápidamente las escaleras, pasando por el lado de él, segundos suficientes para volver a sentir ese aroma a madera de sándalo que invadía los sentidos y que la hacía dudar de sus firmes decisiones.

Dio unos pasos por la habitación, llegando cerca de la mesa de vidrio y nogal que estaba en el centro y se cruzó de brazos. Lejos de él para no titubear. No iba a ceder ni a cambiar de opinión. Estaba cansada, quería dormir en un cama decente y para nada estaba en sus planes iniciar una contienda con Draco, pues sinceramente y a pesar de que el tema de su supuesta infidelidad era ineludible, lo vivido aquel día, sumado a la acumulación de emociones de los últimos meses, la hacían decidir por la cama y el descanso, en contra de una interesante disputa con su marido.

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