Capítulo 36

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10 meses después.

—Hijo, llegó tu correspondencia de Rumpler. Mamá tenía que contarte algo importante —dijo papá con el café aun hirviendo en su mano y el periódico en la otra, comía con afán porque ya casi lo dejaba la ruta, el carro aún no se había reparado.

—Sí, ella me dijo, pero no me quiso contar —Era mi día libre, y también la hora de despejarme un poco de tantas cosas. Pronto comenzaba vacaciones, podía definir el día de descanso y los días disponibles que quisiera recibir.

—Bien, me voy —se levantó de su asiento y dejó la comida a medio terminar—. Claude, por favor limpia este desorden. Mañana llamaré al técnico de la lavadora para ver si dejamos de usar los mismos pantalones.

—Listo papá, suerte, que te vaya bien.

—Hijo, hay algo que quiero decirte, pero no lo hago por respeto a ti —dijo cuidadoso, y en un aparente estado de tener más de tiempo para hablar.

—Dime, te escucho.

—¿Por qué no has conseguido una novia? O alguna chica con que pasar el tiempo... ya sabes, los hombres tenemos nuestras necesidades.

Le sonreí entendiendo la referencia. No papá, es que la verdad no he tenido ganas... y aquí hay chicas muy raras, no he encontrado a la que es para mí, eso es todo —contesté a media verdad, porque no había superado el trago amargo de Janett con éxito. Sentía que todavía la quería y no podía librarme de sus hermosas palabras que eran la principal atadura a mi corazón.

—Entiendo... no hay problema, lo importante es que te sientas bien contigo. Bueno, ahora sí. Seguimos el camino —Papá tomó su maleta llena de papeles oficinistas y se marchó corriendo al trabajo. La plática que sostuvo conmigo, lo había retrasado.

Tomé algunas correspondencias viejas de mamá y varios regalos cuidados con cariño de su parte. Me sorprendía lo atenta que era, porque siempre alistaba mis galletas favoritas con los dibujos que adoraba —y seguía queriendo— desde que medía un poco más del metro de altura. También me guardaba algunas frutas especiales que le sobraban a Cornelio de sus cosechas a fin de mes. La carambola era la que más disfrutaba, era una delicia que extrañaba desde que había dejado Rumpler.

Mientras veía sin asombros lo demás de la mesa, encontré la carta de mamá. Me intrigué de inmediato como un detective al iniciar un nuevo caso, porque la carta no la había escrito ella... era de alguien más.

La retuve entre mis dedos y leí el enunciado que sellaba en el frente, estaba escrito como en italiano o portugués, idiomas que desconocía; pero, sin embargo, podía entenderlo con desenvoltura.

Carta della onore di Olivo, re Sabrino Lanchester... —Asentí con estupefacción, era el nombre del rey del Olivo. ¿Qué querría saber sobre mí, el hombre más poderoso del país de los deseos?

No lo pensé demasiado y la abrí sin convencimiento de buenas noticias, porque las palabras de un rey eran enriquecedoras e intimidantes para cualquier pobre acongojado, y todavía más hacia mí, al no poseer riquezas observables, ni honor de valía, o menos un estigma de reconocimiento hacia mi registro de días en el reino. Saqué la hoja con mesura y observé varias cosas, increpado y forzado en pensamientos ansiosos. En el desenlace, decía algo sobre volver... Leí en voz alta desde un principio.

Estimado caballero; Claude Rivarola, he de excusarme ante usted con infortunada vergüenza. Ha ocurrido un error en nuestro juicio; que, de forma postrera, fue llevado a cabo en decisión propia de mi nombre y de mis facultades en el legado como hombre de palabra e historia de la nación de los deseos. Con estas palabras recitadas y expresadas a mano, selladas y dictadas desde lo más profundo de los embargos de mi alma, le exonero de cualquier discrepancia; juicio vano o sometimiento cometido a su estancia y también lo libero de culpas infundadas, y con esto trato de no solo disculparme ante su esencia y honorabilidad, sino que también le invito cordialmente a regresar a nuestros castillos de roble.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora