11

520 76 4
                                    

En cuanto terminaron, ambos se recostaron en la fina arena blanca de la orilla, extenuados y sudorosos. Ella lo miró, de reojo, y le ofreció la mano, la cual Agorén le aceptó.

—¿Te ha gustado? —le preguntó. Él sonrió, al tiempo que asentía con la cabeza.

—Fue interesante.

—¿Interesante? ¿Nada más? —volvió a preguntar, simulando enfado. El entonces rio con ganas.

—No es que sea malo, o que no me haya interesado, si es eso lo que estás pensando. Es que nunca me imaginé que la forma que tienen los humanos para reproducirse, sea tan placentera —se excusó. Ella entonces asintió con la cabeza.

—Bueno, me alegra saber eso, por un momento pensé que no te había gustado. Y, además, no necesariamente hacemos esto para reproducirnos.

—¿Ah no?

—Claro, no tiene porqué. Mucha gente alrededor del mundo lo hace por simple placer, porque ama mucho a una persona o le gusta demasiado, o incluso hasta desahogo físico, y nada más.

—Ustedes sí que son raros... —murmuró él. —Hacen el acto de la reproducción, sin reproducirse.

—Y te digo más, a veces lo hacemos hasta con desconocidos.

—¿Cómo así?

Sophia se carcajeó, divertidamente. Y entonces clavó sus ojos en los de él.

—Te contaré algo que va a darte miedo —bromeó—. Muchos humanos tienen la costumbre que todos los viernes o sábados a la noche, asisten a un club para...

—¿Qué es un club? —la interrumpió.

—Un club es un lugar donde la gente se reúne para beber unas copas, conocer otras personas y bailar un poco.

—Ah, entiendo.

—Bueno, como te decía. Hay gente que va a un club, donde luego de unos cuántos tragos, un poco de música electrónica, quizás alguna sustancia ilícita... ¿Quién sabe? Pueden ponerse a charlar y bailar con alguien. Si ves que hay buena onda, entonces al hotel, y a "procrearse" —Sophia le soltó la mano para marcar comillas— como locos. Sin conocerse ni nada, solo por el simple placer de hacerlo.

—Vaya locura, aunque como aventura, es una buena anécdota que contar —convino Agorén, y luego la miró de reojo—. ¿Tú lo has hecho?

—No, no soy de esas.

—Me lo imaginé.

Entre ambos sobrevino un silencio, largo y calmo. Agorén la miraba de reojo, admirando cada una de sus curvas e imperfecciones, que, aunque había bajado bastante de peso, aún se seguían notando ciertos rollitos cerca de su cintura, los que a él tanto le encantaban. Sophia, por su parte, observaba hacia arriba, donde quien sabe a cuantos kilómetros de altura, la bioluminiscencia inundaba el techo oscuro y abovedado de aquella gigantesca caverna, titilando como si fueran estrellas artificiales.

—¿En qué piensas?

—En que agradezco con todo mi corazón que me hayas rescatado de esa fosa. Si no me hubieras escuchado, o si por algún motivo hubieras decidido dejarme allí a morir de frío, nunca te hubiera conocido, y nunca habría podido vivir todo esto —respondió ella, sin dejar de mirar hacia arriba—. Sé que lo he dicho muchas veces, pero en verdad necesito decirlo todas las veces que pueda.

—Y yo necesito escucharlo, porque me alegra saber que todo lo que hice no fue en vano. Me jugué la cabeza trayéndote aquí, pero sabía que era por una buena razón.

—Ojalá nunca tuvieras que irte, Agorén... —murmuró ella, girándose a verle. Él suspiró.

—Lo sé, y me encantaría hacer algo al respecto. Pero tenemos que ocuparnos de una cosa a la vez. Primero tenemos que sobrevivir a la invasión.

La chica de los dos mundosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora