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Al día siguiente, las cosas no pintaban nada bien para la ciudad de Utaraa, mucho menos para el rey Ivoleen.

Al final, las palabras que Anveeyaa había dicho antes de beber aquel veneno, sí que habían hecho mella en la población. Muchos pueblerinos, como algún que otro soldado y algunos generales de bajo rango, cuchicheaban entre sí cuando veían a Ivoleen caminar por las calles empedradas, en sus acostumbrados paseos matutinos. Los generales de más cargo en los ejércitos Yoaeebuii le habían perdido completamente la confianza, tal como decían entre ellos. Y aunque el propio Ivoleen se daba cuenta de esto, no decía nada, solamente continuaba caminando sin más, permitiéndoles que pensaran lo que quisieran.

Sin embargo, con Agorén la situación era diferente. Había gente que aún lo seguía saludando con aquel gesto típico de los dedos en la frente, tanto habitantes comunes como soldados, capitanes o generales, pero eran los menos. La gran mayoría no cuchicheaba como lo hacían contra el rey, pero si lo miraban de reojo al pasar, tanto a él como a Sophia, como si de alguna manera el propio Agorén hubiera influenciado en la toma de decisiones del rey. Aquello era injusto, pero predecible, pensaba Sophia al caminar.

Transcurrieron dos días en los cuales el ambiente dentro de la ciudad era pesado. Sophia sentía que todo el mundo les odiaba, que ya no eran tan queridos como antes, y temía por el hecho de que se originasen conflictos internos. Agorén, sin embargo, la tranquilizaba diciéndole que esas cosas no sucedían entre su pueblo, que las rebeliones y los motines eran cosas que solamente pasaban en su mundo, en los humanos, pero que ellos no eran así. Sin embargo, Sophia no terminaba de estar tranquila. Lo mismo había dicho de los sentimientos, de las traiciones, y sin embargo Anveeyaa intentó asesinarla por celos, el propio Agorén incluso había comenzado a aceptar el hecho de besarse y compartir un vínculo afectuoso con ella. Las cosas habían cambiado mucho, y se podía esperar cualquier cosa.

A la mañana del tercer día, Sophia despertó y vio que Agorén no estaba en la cama, a su lado. Se imaginó que estaba dentro de la maquina que oficiaba de "baño", pero no fue así. Una parte de sí misma se puso nerviosa, no iba a mentirse, teniendo en cuenta las situaciones que estaban sucediéndose. Pero antes de perder la cabeza en un brote de histeriqueo, trató de ser racional. ¿Estaría dándose un chapuzón en el lago? Se preguntó.

Bajó de la cama de piedra, se vistió con la túnica blanca y dorada, y salió de la casa sintiendo el calor de las antorchas en su rostro, ubicadas a cada lado de la puerta. Afuera, la actividad en el pueblo era la misma de siempre: Negumakianos que iban y venían comiendo algunas frutas, paseando sus mascotas amorfas y extrañas, y charlando entre sí en pequeños grupitos. Se acercó a uno de ellos, preguntó si habían visto a Agorén, pero no le respondieron, solamente la miraron de soslayo y siguieron hablando en aquel extraño idioma repleto de vocales repetidas. Dando un bufido desconforme, Sophia se giró para preguntarle a otro grupo de pueblerinos, el cual tampoco le respondió.

Tras quince minutos preguntando de aquí para allá, y justo en el momento en que comenzaba a perder la paciencia, alguien le respondió que había visto a Agorén salir hacia los aposentos de sanación, por lo que Sophia se encaminó hacia allí a paso rápido. Al llegar, minutos después, a las escalinatas que conducían hacia la instalación subterránea de sanación y creación de cuerpos, se encontró con Agorén e Ivoleen, ambos conversando muy íntimamente. A medida que se acercaba a ellos, pudo ver que Agorén ya no tenía aquellos recipientes con líquido azul en las manos, sino que las tenía libres al fin.

—Buenos días —les saludó, mientras caminaba. Ambos se giraron a verla, con una sonrisa, y entonces ella le señaló a las manos—. Veo que estás curado.

—Ya ves —asintió Agorén.

—Encontrarlos fue una odisea, preguntaba por ti y nadie me quería responder. La gente nos está tomando rechazo.

La chica de los dos mundosWhere stories live. Discover now