Un breve destello de sonrisa. -Nada de fiestas salvajes, lo prometo-. Luego un pensamiento. -No es de nosotros de quien tienes que preocuparte. Los gemelos van a volver-.

La directora dio un suspiro de sufrimiento. -Me he dado cuenta, sí. Espero que la señorita Johnson y el señor Zabini eviten que causen demasiados problemas. En su defecto, sus hermanos mayores-.

-Buena suerte con eso-, dijo Harry con un bufido.

Una cabeza de pelo rubio plateado se acercó a él cuando los últimos alumnos salieron del salón. Harry le tendió una mano, entrelazando sus dedos con los de Draco. -Empaca tu baúl esta noche-, pidió Harry, viendo cómo la confusión cruzaba el rostro del Slytherin. -Te vas a mudar conmigo mañana-.

Los ojos grises se dirigieron nerviosos hacia la directora. -¿Eso... eso está permitido?-.

McGonagall los miró con complicidad, con el más mínimo indicio de una sonrisa. -Me atrevo a decir que aunque dijera que no, te encontrarías allí arriba de todos modos-. Parecía un poco triste, con la mirada puesta en sus manos unidas. -En tiempos como estos, deberíamos aferrarnos aún más a las alegrías que tenemos. No se lo negaré, señor Potter, con la tarea que tiene que afrontar-.

Harry asintió, apretando un poco más la mano de Draco.

Por fin, la sala estaba vacía salvo por ellos tres.

-Comienza, entonces-, murmuró Harry, mirando el cielo nocturno mágico del techo. Era una noche clara una noche de luna llena. Una parte de él deseaba que Remus hubiera llegado antes, para poder adoptar su forma de zorro y correr con sus padrinos, sentir esa libertad.

Una última oportunidad antes de su cumpleaños para hacerlo.

Pero habría más oportunidades, después. Estaba seguro de ello. Tenía que creer.

De repente, una lenta sonrisa se dibujó en su rostro. -¿Le gustaría ver algo genial, profesora?-, preguntó. McGonagall parpadeó, desconcertada.

-¿Perdón?- Harry se limitó a sonreír más, esperando una respuesta. -Tengo la sensación de que me lo enseñarás a pesar de todo, Potter-. Miró a Draco, como si esperara una explicación, pero el rubio estaba igualmente desconcertado.

Harry dio un paso atrás, y donde antes estaba, de repente había un zorro en el suelo. Se subió de un salto al extremo de la mesa de Gryffindor, poniéndose orgulloso para que su profesora lo viera. Ella jadeó bruscamente. -Oh, vaya-. Harry ladró alegremente, girando en círculo para mostrar su hermosa cola. -Bueno, entonces-, murmuró McGonagall, y si Harry no se equivocaba tenía los ojos un poco empañados. -Supongo que eso es obra de Sirius Black, ¿no?-. Harry volvió a ladrar, esbozando una sonrisa de zorro. -En efecto. Haces que tus padres se sientan orgullosos, Potter. Aunque seas más problemático que todos los Weasley juntos-. Harry ladró con una carcajada, y luego comenzó a correr por la mesa de Gryffindor, dirigiéndose hacia las puertas. Se detuvo a mitad de camino, mirando por encima del hombro a Draco, ladrando de forma señalada.

Draco suspiró. -Tan exigente-, murmuró, poniendo los ojos en blanco. -Que tenga una buena noche, profesora-.

Y entonces se giró, transformándose a mitad de camino, y una lechuza nívea atravesó la habitación, planeando con gracia entre las velas flotantes, ululando mientras el zorro comenzaba a correr de nuevo.

McGonagall no pudo hacer otra cosa que mirar a los animales, viéndolos desaparecer del salón. Luego, una vez que estuvo sola, se rió.

 Luego, una vez que estuvo sola, se rió

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