Elizabeth Thompson. 10 de agosto del 2017, el Bosque Oscuro.

Elizabeth ya arrastraba los pies, la
cabeza del minotauro era un peso muerto en su brazo adolorido por los golpes. Ya no sentía el brazo herido.

Se detuvo un segundo y dejó caer la cabeza a la tierra con un sonido sordo, con su brazo derecho arrancó un pedazo de su blusa y lo amarró encima de su herida, ahí supo que tuvo que hacerlo mucho tiempo antes.

Estúpida, se dijo.

Gimió del dolor cuando apretó la tela, pero la sangre había empezado a disminuir al instante.

Se mantuvo quieta un momento, respirando y jadeando mientras escuchaba sus lentos latidos en los oídos. Miró sus manos cubiertas por sangre, sintió una arcada pero la reprimió mientras de trataba de limpiar con su ropa.

También paso su antebrazo por su frente, justo en el centro, dónde sentía una molesta gota de sangre caer.

Respiró un poco más y se agachó para recoger la cabeza nuevamente, y cuando estaba por rozar el cuerno, un polvo dorado comenzó a esparcirse por toda la piel hasta caer entre las hojas.

No huelen la sangre, pero cuando son los restos de alguien de su equipo lo pueden olfatear en un radio de quince kilómetros. Su prioridad es la venganza. Recordó las palabras de Evan cómo su sentencia de muerte.

Santa mierda.

Olvidó el punzante dolor en sus piernas –o bueno, lo intentó–, y empezó a correr por todo el bosque intentando escapar de la posible muerte que la acechaba.

No le importó estar cojeando, tampoco el hecho de que su pie derecho pareciera un trozo de piedra que la hacía tropezar, y mucho menos su cabello que se enredaba con las ramas de los árboles secos.

Con los ojos llenos de lágrimas por el terror, ella sólo trataba de escapar.

Pero la sangre cada vez le hacía más falta, su visión se nublada de forma más seguida y sus piernas empezaban a fallarle.

Se tropezó con una roca, el golpe fue tan fuerte que ya no pudo pararse de nuevo, sin embargo siguió intentándolo.

Un pitido empezó en sus oídos, y las grandes pisadas que se iban acercando rápidamente se habían vuelto un sonido secundario.

Estaba llorando, del terror, pero ya no sabía si estaba gritando o si se mantenía en silencio. No le importaba que la estuvieran viendo, de hecho ese punto ya se le había olvidado, sólo sabía que necesitaba ayuda.

Se arrastró hacia atrás con la intención de huir hasta chocar con un árbol a sus espaldas, jadeó cuando notó ocho figuras salir de entre los árboles, su cuerpo empezó a tener espasmos y a temblar. La muerte ya tocaba su puerta a golpes.

Intentó desesperadamente hacer uso de su magia, pero aún no duraba lo suficiente cómo para hacer un ataque tan grande, y los minotauros ya empezaban a caminar a su alrededor para atacar.

Uno se fue acercando a ella y finalmente reaccionó.

Un fuerte rayo de tonos azules y blancos fue dirigido hacia un minotauro a su izquierda haciéndolo salir volando hasta golpearse en un tronco con un rugido.

Siguió lanzando rayos por doquier, pero siempre se terminaban levantando haciendo que se desesperara.

Habían ocho minotauros, ella no podría con ellos.

Se dividen en grupos de diez. Recordó una vez más.

Diez, ahí sólo habían ocho, faltaba uno.

¿Dónde está?. Elizabeth gimió, presa del dolor y miedo, mirando hacia todos lados en busca de ese noveno minotauro sin dejar de lanzar rayos por todos lados.

Un resoplido divertido y burlón a sus espaldas respondió su pregunta, giró lentamente notando cómo los otros minotauros del grupo detenían su ataque.

Una bestia más grande que las otras, cubierta de un sinfín de cicatrices y sangre seca sin lavar de hace más de una semana, apareció detrás de ella, asomándose por el árbol que cuidaba su espalda.

Intentó lanzar su magia, pero no fue lo suficientemente rápida.

El minotauro lanzó un golpe hacia su costado, su brazo herido recibió el impacto y cayó de costado sobre la tierra.

Su mirada se oscurecía poco a poco, y ya no intentaba alejarla.

Finalmente se había rendido ante la muerte luego de esas horas que habían parecido siglos.

Todo se volvió negro para Elizabeth Thompson.

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Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora