04.1 | CUIDADO CON LO QUE DESEAS

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—EDWARD

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EDWARD

—¿tú?

Me quedé sin habla.

—¿Qué mierda haces aquí? Hazte para un lado. —la recepcionista que nos había atendido hace unos segundos pasó por mi lado con un balde de agua sucia medio lleno en una mano, y en la otra un trapeador igual de sucio. Sus guantes estaban de un color negro espeso, como si hubiera metido la mano en un pote de pintura negra.

Me eché para un lado como si mis movimientos estuvieran programados, pude llegar a ver dentro de la habitación por unos segundos, no parecía haber nadie pero la cama estaba como un desastre, con una mancha que algo que no logré descifrar porqué cerró la puerta en mis narices.

—¿Se te ofrece algo? —preguntó, notablemente malhumorada por mi presencia.

—No.

—Bien. —agarró todas sus cosas, cerró la puerta con llave y se fue tan rápido como la ví. No sin antes echar un último vistazo hacia mi justo cuando estaba por perderse de mi vista. Tenía el ceño fruncido, pero lo arrugué más al ver cómo me sonría, tal y como lo hizo en el mostrador.

Se fue.

Volví a sentirme observado, giré mi cuerpo para no darle la espalda a alguien, pero cuando voltee no había nadie. Nadie me estaba observando.

Mierda, debo dejar de no meterme en dónde no me llaman.

—Bah. —bufé, y entré a ese cuarto que compartía con Ling, sus cosas y las mías estaban arriba de un sillón pequeño en la esquina del lugar, estaba la cama matrimonial seguida de dos mesitas de noche en cada lado, un closet pequeño, una ventana del otro lado que no dejaba ver más que una pared, sí una pared, y delante del sillón estaba el típico televisor viejo y desgastado de los hoteles.

Fui al baño, abrí la regadera y preparé la ducha para bañarme en agua caliente, mientras esperaba fui hasta el sillón a pasar los canales y matar el tiempo.

Pasando y pasando canales, un tipo viejo que se me hacía conocido apareció, vestido como un payaso. Deje de mover el mando.

—¿Quieres adrenalina? Dejar un rato la aburrida vida monótona, sin un brillo de diversión. —se movía extraño, sin querer me burlé en mis adentros. Que fuera un viejo, vestido de esa manera, exagerando la voz y fingiendo ser tierno e infantil me hizo reír.

—Lo que quiero es que dejes de moverte así, pareces la niña del exorcista. —hablé, al instante me reprendí por estar hablándole a una TV.

Mis hombros se tensaron al ver que dejó de moverse como lo había pedido hace segundos, negué con la cabeza para sacar esos pensamientos disparatados. Había sido solo una coincidencia.

Donde se ocultan los sueños ©Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz