Capítulo 31. Rispidez

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31: Rispidez

31: Rispidez

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Kayla

El lunes Jane y yo no fuimos a la universidad. Como sus golpes aún se notaban más que sentirse, preferimos quedarnos en la casa. Además, yo no tenía ganas y afuera seguía el peligro latente.

Mi familia no vino a pedir que habláramos ni ese día, ni el anterior, por lo que ambas nos la pasamos encerradas viendo películas y obviamente hablando de "El calaveras", porque si algo Jane no era, era tonta.

Se dio cuenta enseguida de que yo estaba en las nubes y que no estuve durmiendo con ella la noche del domingo y supuso que andaría por ahí, con mi amiguito. Luego, al ver su camiseta, terminó de atar los cabos. No me preguntó qué hicimos, puntualmente, pero no hacía falta. En realidad, estuvo más acertada con inquirir sobre lo que yo pensaba y sentía por él.

No dije mucho, porque en verdad no sabía qué decir. Le conté que Skalle era un tipo increíblemente dulce cuando se lo proponía, pero que a veces también tenía chistes muy malos para ser alguien de tres mil años. No era necesario aclarar que era ardiente y muy bueno en la cama, pero en verdad, cuando Jane insistió en preguntarme si él me gustaba, a modo serio, me callé la boca.

Sí, me gustaba muchísimo. Tenía muchísimas ganas de estar con él, incluso hablando o solo durmiendo, como la otra vez. Y aunque para el lunes a la noche estaba mas calmada y no pensaba solo en cogérmelo, ansiaba que llegara el viernes para estrenar el conjunto de conejita.

Ser su conejita me ponía a mil, pero la forma en la que eso se había convertido en un apodo amistoso y cariñoso calaba hondo en mi corazón. Cuando recordaba la manera en la que me tocaba y ese último beso de despedida, mi pecho retumbaba de emociones que no podía controlar.

No recordaba sentirme así desde nunca. Ni siquiera con el niño que me gustó en secundaria, cuando era más hormonal y el dramatismo lo tenía en las venas. De nuevo, llegaba fácil a la conclusión de que ningún hombre que conocí era como Hodeskalle y que su encanto estaba en el misterio y en su hermosura. En que era mi pesadilla y también mis más profundos deseos. Que daba miedo, pero podía ser terriblemente tierno.

Jane también se quedaba en silencio cuando yo me quedaba callada, reflexionando. Parecía estar sacando sus propias conclusiones y yo no me atrevía a contradecir algo que ni siquiera había dicho. Jamás me sugirió que estaba enamorada de él, así que no tenía manera de negarlo.

Fue mi propia mente la que maquinó esa idea un centenar de veces. Otro centenar, apagué la vocecita en off, usando mi propia consciencia para recordarme que estaba loca y era imposible amar a alguien en tan poco tiempo. Llevaba conociéndolo solo tres semanas, de las cuales dos me la pasé odiándolo. Simplemente no tenía sentido y la única respuesta era que mi capricho estaba nublando todos mis sentidos.

Por eso mismo, tampoco quería a detenerme a pensar qué sería de nosotros en el futuro. No estaba planificando ninguna relación, pero me asustaba cuando pensaba que sí me gustaría tenerla. Seguramente, para Hodeskalle yo no era más que un placer pasajero, uno de tantos en su larga vida. Y aunque el modo seguro y ansioso con el que juró que protegería mi vida podría haberme dado esperanzas, solo justifiqué mis propias inseguridades con la certeza de que para él yo era insignificante.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Where stories live. Discover now