Capítulo 4. Tensiones y ternura

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4: Tensiones y ternura

Me senté en la mesa con los guantes puestos, ignorando la incógnita en la mirada de mis tíos

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Me senté en la mesa con los guantes puestos, ignorando la incógnita en la mirada de mis tíos. Esperé en mi lugar, callada, casi sin respirar, mientras mi abuelo conversaba con mi papá sobre unos negocios al otro lado del mundo.

En cualquier otra circunstancia, yo hubiese estado atenta, porque en un futuro esos negocios iban a pertenecerme, pero esta vez no podía concentrarme. Estaba contando los segundos, preguntándome cuándo se iban a abrir las puertas del comedor y él entraría a sentarse con nosotros.

No pensé realmente en mi hermano y por un largo rato me olvidé también que estaba ahí para averiguar las cosas que me había dejado en duda mi abuela. De nuevo, solo podía pensar en Mørk Hodeskalle y en cómo sería cada instante en que estuviésemos el uno frente al otro.

—Kayla, cariño —me dijo mi mamá, estirándose para tocarme el cabello—. ¿Vas a cenar con los guantes?

—Nunca me los puse antes. Los estoy usando porque son un regalo de la abuela —dije, rápidamente, mirando en dirección a ella, que estaba del otro lado de la mesa, acomodándole el pelo al tío Allen como si fuese un niño chico.

Ella me dedicó una sonrisa encantadora.

—Sí, no vaya a ser que me muera antes de que los uses —rio.

El tío Allen puso los ojos en blanco, pero se dejó toquetear. Estaba muy acostumbrado a que, pese que tenía unos ciento cincuenta años, su madre le hiciera cariño. Era algo muy común para nosotros, porque ella y mi abuelo se habían encargado de criar a toda la familia, por doscientos años, de la forma más dulce posible. Incluso, mi abuela era cariñosa con mi mamá, quién no era su hija biológica.

—Creo que necesitas un bebé —dijo mi tío, mirando a mi abuela, que simplemente puso los ojos como platos. Si alguien que no nos conociera se sentara en la mesa con nosotros, más bien creería que mi abuela, como mínimo, era la hermana mayor del tío Allen. Él aparentaba unos veinticinco, mi abuela unos treinta y tantos. Otros pensarían que eran pareja.

Con eso, mi abuelo dejó su conversación con mi papá y le hizo un guiño a mi abuela. Yo, que estaba bebiendo un poco de agua, para pasar el rato, me atraganté.

—Por favor, aquí no.

—¿Para qué quieres otro bebé? —terció el tío Sam—. Para eso tienes a Allen.

—Soy muy joven aún —replicó mi abuela, con un encogimiento delicado del hombro—. Me vendría bien tener a una bebita. Para emparejar mejor la camada.

Todos se rieron, yo solo sonreí. Como mi tía y yo éramos las únicas White de sangre, mi abuela estaba obsesionada con tener más mujeres en la familia. Y, mientras mi tía siguiera vagando por el mundo en busca de un vampiro con el que emparejarse, la única que podría seguir dando niños era ella.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora