Hay una luz que nunca se apaga.

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«Doloroso y simple es lo real.»  Mario Morales.

*

La escasa luz solar se había ocultado bajo una densa y repentina capa de nubes, pintándolo todo de gris, hasta su alma. Era como si el clima supiera sobre el infortunio de Fushiguro y quisiera darle la mejor atmósfera. Todo se sentía absolutamente sombrío. Y se inquietó, tenía tanta prisa por salir del auto, ir con Nobara y abrazarla, pero se sentía paralizado, que en ese momento, no pudo mover ni un dedo. 

«—Un bloque de hielo se desprendió...» 

Cerró los ojos, exasperado, sintiendo cómo un escalofrío atravesaba su espina dorsal al recordar las crudas palabras de Junpei. 

Y el viento, el viento silbaba extrañamente afuera del auto, susurrándole tétricos ánimos. 

Y lo vió, a través de la negrura de sus párpados cerrados, podía perfilarse perfectamente el rostro gentil de Yuuji: alegre, excelente ser humano, su mejor amigo... leal

Jamás se sintió tan pérfido como en ese momento, y pensar en eso le provocó escozor en las entrañas, y náuseas. 

La imagen de Yuuji se desvaneció cuando Megumi sintió que un golpe en sus nudillos se materializaba. Él mismo había lastimado su mano haciéndola chocar contra el volante de manera involuntaria, con la fuerza suficiente para hacerlo sangrar. 

«Doy asco», pensó, mirando la pequeña incisión. Estaba completamente estropeado, realmente lo estaba, pero si se concentraba lo suficiente era capaz de percibir el frío que un minuto atrás ignoró por estar sumergido en el calor pasional con Nobara. «Doy asco», repitió, enojado consigo mismo por permitir que el deseo le torciera los sentidos. Y necesitaba salir del auto. 

Cuando finalmente bajó, la vileza de la realidad golpeó su cara, causando estragos en su interior, derrumbando aquellos bordes débilmente cimentados, y que, durante mucho tiempo pensó le permitirían soportar casi cualquier cosa, pero que en ese preciso momento en que fue inevitable enfrentarse a sí mismo, comprobó lastimosamente, que su estabilidad emocional y mental se tambaleaba con un pie sobre la nada, y el otro pie sobre el abismo, sintiéndose completamente inerme. 

Y el tiempo, burlándose en su cara, parecía no avanzar, y ensuciaba todo de exasperación. «El tiempo», musitó para sí, «El tiempo es un sucio artilugio al igual que el amor, para mantener ciegos y esclavizados a los humanos». 

Caminó sobre el frío y mojado asfalto, vacilando una vez más. Hurgó inútilmente en los bolsillos de su chaqueta, sintiendo sus dedos moverse con marcada desesperación. Simultáneamente, le dedicó a Nobara una mirada preocupada que arrancó abruptamente la poca paz de su interior al verla sentada sobre el borde de la acera respirando rápida y superficialmente. 

La amargura de la vida se materializó al sentirla subir por su esófago. Quiso escupir, pero no lo hizo. 

«Doy asco», pensó por tercera vez. Era como si su mente sólo fuera capaz de repetir las mismas palabras una y otra vez, recordándole la falta de moral en sus anteriores actos, y pensamientos. «¿Cómo te sientes tú?» sé preguntó, sin quitarle la vista a la mujer responsable de sus desvaríos, y entonces, un hombre mayor se acercó a Nobara y le ofreció una bolsa de papel para que pudiera estabilizar el oxígeno que entraba a sus pulmones. 

—Nobara —alcanzó a decir con voz débil, pero ella lo ignoró. Parecía absorta en la tarea de respirar dentro de esa bolsa. 

—Ella está hiperventilando —dijo el hombre—, va a estar bien, nadie ha muerto por hiperventilar. 

Untouchable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora