Capítulo 8

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10 de Julio de 1789

Un carruaje se detuvo enfrente del Palacio de Versailles. De ahí bajaron dos lacayos y un noble de largo cabello negro, nariz respingada, piel bronceada y finamente vestido con el color de la muerte.

El hombre fue recibido por la misma Reina junto a sus favoritos y tras un largo recorrido por los pasillos, salones y habitaciones, fue conducido por una de las criadas hasta los que serían sus aposentos durante los próximos días.

El hombre era el Conde Alexis Étienne de Arnoux, famoso entre las mujeres y peligroso para todo aquel que consideraba como enemigo y obstáculo ante sus propósitos.

Al otro lado del Palacio, dentro de un cuarto de baño, una desesperada Françoise no dejaba de llorar, queriendo ahogarse en la tina de ser necesario.

—Madame... —habló Rashida entrando al cuarto de baño—. No, madame, debe ser fuerte. No falta mucho. El Conde ha llegado y...

—¡Ya lo sé! —gritó—. ¡Estoy sucia, Rashida! Ya no puedo más con esto, solo quiero morirme.

La africana se acercó a ella, le acarició la cabeza en un intento por consolar a su ama.

Durante el poco tiempo que había trabajado para ella, nunca la había visto tan destrozada como ahora. No se imaginaba el dolor que había tenido que pasar para llegar a donde estaba.

—Madame, creo que exagera, Marat no le va a hacer nada, él ha dado su palabra.

Françoise bufó; ella sabía a la perfección lo que le esperaba en el momento mismo en que revelara el secreto de los naipes a un tercero.

Su destino estaba escrito, moriría, pero a sabiendas del motivo, pero no la fecha exacta y eso es lo que más le angustiaba.

¿Qué tal si tropezaba y se clavaba la daga en la cara? ¿O si era empujada por las escaleras por alguna envidiosa cortesana? ¿Y si fuera traicionada por Léglise y la apuñalaba por la espalda? ¿Qué tal si la noche en la que ejecutaría su plan de justicia era emboscada por los hombres de Marat y ejecutada ahí mismo?

La Cour de PiqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora