Capítulo 7

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9 de Julio de 1789

Françoise sabía que Jacques Léglise era un completo idiota.

Él era el peón indicado en su jugada maestra. Conocer su tragedia financiera era lo único que necesitaba para manipular sus hilos con el propósito de distraer al Conde y así poder efectuar el plan que durante tanto tiempo llevaba preparando.

Rashida se encargó de una parte fundamental: la redacción de la carta.

Esas palabras melosas fueron pronunciadas por su criada y confidente mientras ella escribía con su mejor letra, firmó con el nombre con el que quería fuera llamada y perfumó con el olor que tanto odiaba pero que le recordaba su causa.

Con ayuda de la africana, se vistió con sus mejores ropas, iba a visitar a Marat, debía estar presentable, pero, aunque Rashida le advirtió, ella optó por volver a usar el corset que hace años dejó de quedarle.

—Es demasiado pequeño, madame —dijo la africana intentando no ajustar demasiado la prenda.

—Ajustalo bien —exigió aguantando el aire para que el corset cerrara bien.

Ese corset color crema era el vago recuerdo que aún conservaba de aquella primera noche en la propiedad de Arnoux.

Una vez intentó recordar lo que pasó en ese lugar, pero, en cuanto lo consiguió, trató por todos los medios olvidar.

Le daba asco pensar en la bajeza que cometió teniendo a su padre dormido en la habitación contigua. Pero aún se preguntaba, ¿realmente fue su culpa?

Se tocó el vientre y apretó la tela del camisón de algodón.

«Tuviera cuatro años», pensó.

Después de la muerte de su padre, ella escapó, trató de suicidarse tomando un veneno y al final fue encontrada por Clément de La Ferre, quien la auxilió y estuvo con ella cuando perdió al bebé que llevaba en sus entrañas.

En su momento no sintió culpa ni remordimiento de conciencia, se regocijó en la pérdida y anheló la muerte. Pero, tras pasar los años y al no ser capaz de darle un hijo a su marido, pasó las noches llorando y suplicando a Dios por un milagro.

La Cour de PiqueWhere stories live. Discover now